sábado, junio 30, 2007

Hostias Gratis

Han de ser flácidas y abundantes, preferentemente. Levemente coloradas. Regordetas. A ser posible, estiradas hacia el suelo por efecto de la gravedad. El sujeto que las porte ha de tener expresión estúpida. La mirada perdida, si lo encuentran. Aún así, aún no reuniendo estas condiciones ideales, debe usted perseverar en su propósito. Cualquier mejilla es susceptible de ser abofeteada, eso es claro. Para llevar a cabo la bofetada coloque su mano abierta y rígida a unos treinta centímetros del rostro del abofeteado potencial. La palma perpendicular a la superficie a golpear. Inicie bruscamente, cuando menos se lo espere el espécimen, un movimiento que describa una trayectoria circular hasta impactar contra su cara. El impacto debe ser seco y resonar. He aquí una bofetada limpia y perfecta. Después del punto cúlmen continúe el movimiento de la mano hacia el otro lado de la cara, que estará girándose hacia a un lado alrededor del eje de las vértebras cervicales. Si usted aspira a nota puede rematar la faena con un sencillo movimiento de revés. Para ello, al final del primer arco de circunferencia, retome el movimiento en sentido inverso siguiendo la misma trayectoria. Golpeará, esta vez, la cara del sujeto, que estará recuperando su posición original, con el dorso de la mano. Su impacto lo recibirá otra mejilla. Habrá golpeado usted, en una sola operación abofeteadora, ambos lados de su cara. El sujeto abofeteado girará, simétricamente, su cabeza en el sentido opuesto al anterior. Si una gota de saliva se desprende de sus labios dibujado una parábola antes de perderse en el ambiente, habrá alcanzado usted la perfección.

Salgan a la calle. No sean moñas. Hay que dar más bofetadas. A cualquiera que se cruce. Lo merecen. Salgan a la calle con un cartel que diga: Hostias Gratis.

miércoles, junio 27, 2007

Veintisiete


Ayer cumplí años. 27 no es un número hermoso. Al menos para cumplir. 27 es el número que te toca en la charcutería del supermercado, cualquier tarde, cuando van aún por el 5. Las puñaladas con que un desviado cose de sangre a su esposa. 27 son los bloques en un odioso cubo de Rubik. El número de libros del Nuevo Testamento. Tres multiplicado tres veces por si mismo: tres al cubo. Hay cosas buenas, aún así: 27 es el número de días que toma la Luna para orbitar la tierra. Las letras del alfabeto son 27. La velocidad (en millas por hora) de la eyaculación humana. Chof. 27 está cerca de 30. Qué horror. A los 27 murieron Kurt Cobain, Jimmy Hendrix, Robert Jonson, Jim Morrison, Brian Jones y Janis Joplin. Me alegro, al menos, de no ser rockero.

En fin. Allá vamos.

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Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Esta tiene palabras encima, así que valdrá 1027, o así. En la foto, y a modo de celebración, el autor, pertrechado con sus bambas mágicas, en actitud entre desfiante y temerosa, encarando al plúmbeo cielo asturiano. Que se caiga el cielo, si tiene huevos.

domingo, junio 24, 2007

Polillas

El bibliófilo empedernido entiende que no hay nada en la ancha faz de la tierra comparable a la literatura, ni siquiera la compañía amable de una mujer hermosa que pose su mano pálida en su mejilla cada noche, ni siquiera eso. Así que, en vez de coleccionar siluetas de mujer ronroneantes tendidas a su lado en la cama, bañadas en la penumbra, colecciona libros que almacena en estanterías por todas las paredes de su casa, del techo al suelo, de extremo a extremo, también en las esquinas, en el suelo, sobre las mesas.

Una tarde el bibliófilo empedernido descubre con gran disgusto polillas en su biblioteca –que viene a ser lo mismo que su casa-, insectos del orden psocópteros, según lee en la enciclopedia, que a veces invaden las bibliotecas apolillando los volúmenes encuadernados, en busca de los hongos que crecen sobre la cola.

Esa noche el bibliófilo empedernido va al bar a beber, tratando de olvidar el problema de las polillas. Allí siempre le ocurre lo mismo: es tal su atractivo, es tal la atracción que producen la indiferencia y el rechazo, que todas las mujeres tratan de trabar conversación con él y de llevárselo a la cama al final de la noche. Hoy hay una especialmente insistente, es hermosa y tiene unos grandes ojos verdeamarillos, los parroquianos del bar no le quitan los ojos de encima a sus movimientos felinos. El bibliófilo empedernido, ya desesperado, le pide por favor que le deje en paz, que ya tiene bastante con lo suyo.

Cuando cierran el bar, el bibliófilo empedernido se encuentra, en el camino de vuelta, a un simpático gatito perdido en un callejón. Le hace gracia y decide recogerlo. Al llegar a casa el gatito salta de sus brazos y antes de tocar el suelo sufre una alucinante metamorfosis que le transforma en la mujer que antes, en el bar, trató de ligar con él durante horas. Una mujer-gato. El bibliófilo empedernido le muestra a la mujer-gato el camino a la habitación, abre la cama y mientras se quita los pantalones piensa resignado, bueno, tal vez mañana se desayune a las polillas.

jueves, junio 21, 2007

Papá

A mí el padre de mi amigo Felipe nunca me cayó bien. Tenía las manos blandas y siempre húmedas. A veces, en los fines de semana nos llevaba a Felipe y a mí a una cabaña que tenía en el monte. Dábamos paseos por los bosques. Nos enseñaba secretos de la naturaleza. Nos daba nociones de primeros auxilios. Curar heridas. Poner vendas. Orientarnos siguiendo las estrellas. Sacábamos fotos a las flores con su cámara. Con su objetivo caro y potente. El padre de Felipe era cariñoso, amable y siempre sonreía. Pero no me gustaba cuando revolvía mi pelo con sus manos blandas y sudorosas. Aún así. Por las noches, después de cenar salchichas, nos reuníamos alrededor de la chimenea o de una hoguera en verano. Entonces nos hablaba de la Iglesia. Era de lo que más hablaba, de lo que siempre hablaba. Sobre todo de los mártires de la Iglesia. De Esteban, el primer mártir, que murió apedreado en las afueras de Jerusalén. O de Sebastián que fue primero asaeteado y luego azotado hasta la muerte. O de Mauricio, ejecutado por negarse a perseguir cristianos.

Felipe solía pensar en los mártires de la Iglesia. Cuando su padre le ponía a cuatro patas sobre la mesa. En aquella misma cabaña. Y se repetía que había que soportar el dolor para ser piadoso. -Como Catalina que sufrió el suplicio en una rueda de pinchos. O Simón Pedro, crucificado boca abajo.- Mientras su padre le violaba. Y el fuego proyectaba sus sombras temblorosas contra la pared de madera. Esto Felipe nunca me lo dijo. Esto Felipe se lo callaba. De esto me enteré el día de su entierro. Cuando una voz amiga me lo susurró. Y ya metían su ataúd en el nicho. Y todos nos preguntábamos por qué se había quitado la vida. Y además, de aquella forma. Tan horrible.

martes, junio 19, 2007

Un proxeneta francófilo

Me gusta imaginarla en blanco y negro, menuda y delicada, corriendo por la ribera del Sena; imaginar el repiqueteo de sus tacones de aguja mientras cruza el Pont des Arts y se vuelve para saludarme sonriente y soplando hacia arriba ese flequillo negro tan parisienne, con la manita enfundada en un guante de seda. Así me gusta imaginarla, pero ella es Manuela, más conocida como Vanessa, y lo que cruza en realidad no es el Sena a través del Pont des Arts sino la M-30 a través de una pasarela de hierro ya oxidado que colocó el ayuntamiento hace unos años; rumbo a su casa al otro lado del Manzanares después de menudear algo de caballo a los yonquis del barrio para que pasen la noche. Allí la espera su madre orgullosa al lado de una olla express humeante. Ya están las lentejas, dice al tiempo que sumerge el cucharón en el potaje marrón espeso. Chof.

Me gusta imaginarla comiendo unos crepes en la terraza de un bistró del Montmartre: el plato sobre un mantelito de cuadros rojos y blancos, dando un sorbo a cada rato a una fina copa de vino francés. Después un cigarrillo de señorita, ponerse la boina verde oscuro, la bufanda roja y callejear envueltos en el otoño charlando hasta llegar a casa. Pero esto es lo que hay: las lentejas de su madre con unos trozos de chorizo, el plato de vidrio transparente y un mantel de plástico blanco amarilleado. Después la colocaré en una esquina tras acariciar su pelo grasiento.

Menuda mierda, ¿verdad?

Aunque he de confesar, en petit committe, que yo no soy Jean Paul Belmondo en aquella película de Godard, ni sé morder ni dar vueltas a un cigarrillo Gitanes entre mis labios –que no son carnosos sino escuálidos- como Jean Paul persiguiendo a Jean Seberg. Solo soy Avelino, chuloputas del sureste de Madrid, y aprendí a escribir así de bien leyendo el Marca y las crónicas taurinas con un solysombra en la mano apoyado en las barras metálicas de las tabernas de mi barrio, inmerso en el humo y el sonido de la máquinas tragaperras; aunque siempre he soñado con conocer París y a sus putas, y perder allí la cabeza. Mi principal ocupación por el momento, y mientras permanezca aquí y no vagando a la deriva por la capital de Francia, es soltar a Manuela, digo Vanessa, cada noche para que se saque algo de dinero, la pobre, que con lo de la droga no tiene bastante, y luego darle una petite paliza para que me entregue el dinero que recauda y no se olvide de que la quiero, ma petit cherie.

viernes, junio 15, 2007

Chicago-Madrid egotrip

Mediados de los años 90. El Chicago Stadium está a rebosar. Es el séptimo partido de la final de la NBA entre los Bulls y los Suns de Phoenix. Los Bulls pierden por dos puntos y queda tan solo un segundo y medio para el final del partido. Tiempo muerto. Los jugadores se reúnen en torno a los entrenadores en los banquillos. Phil Jackson les da instrucciones a sus chicos, solo les queda una oportunidad para ganar el título. Todo el mundo sabe lo que va a pasar, todo el mundo tiene la mirada fija en Michael Jordan. Michael, con el número 23 a la espalda, masca chicle aparentando una calma tensa. Sabe que va a tener que hacerlo. Sus 198 centímetros de cuerpo ébano están cubiertos de perlas de sudor. Se reanuda el partido. John Paxson, nacido en Dayton, Ohio, saca desde la banda. Michael Jordan busca la frontal de la canasta. Prácticamente los cinco jugadores de los Suns están sobre él, tratando de impedir que reciba el saque. Finalmente Michael se hace hueco. La pelota llega a sus manos desde la banda. Los jugadores de los Suns levantan los brazos desesperados para evitar el tiro pero es inevitable: Michael está en la línea de 6,25 metros, hace un reverso; cuando encara la canasta, suspendido en el aire en un salto imposible, lanza de tres. En ese momento el tiempo se para. Se hace el silencio. Todos los Estados Unidos encogen el aliento. La mitad del planeta encoge el aliento. Lo que importa ahora es esa esfera de 30 centímetros de diámetro que sigue una trayectoria parabólica perfecta sujeta solamente a la ley de la gravedad. De pronto suena el roce de la bola con la red. Estallan los flashes. Ha entrado limpia. La red hace un movimiento de retroceso. Suena la bocina. Tres puntos: los Bulls han ganado el campeonato por tercera vez consecutiva. El estadio se derrumba. La histeria se desboca. Michael Jordan saca su enorme lengua rosa. Levanta el puño. Es el mejor.

Un tórrido viernes de principios de verano de 2007. Facultad de Filosofía de la UCM. Madrid. Txe Peligro espera sentado en un aula a que comienza su examen de Filosofía de la Física. Hace calor. Sus compañeros parecen nerviosos. Nadie sabe bien que puede caer, nadie tiene nada claro lo que ha estudiado. Los alumnos de filosofía no alcanzan a comprender las partes matemáticas del temario. Los alumnos de física no consiguen estudiar correctamente textos largos plagados de citas y referencias a autores de nombres extraños. Txe Peligro, hombre de ciencias y letras, comprueba el estado de sus bolis Bic. Correcto. Llega el profesor Rivadulla, sonriendo. La tensión se palpa. Reparte papel. Txe Peligro coge cinco hojas. La pregunta es: Límites clásicos en física y su papel en la racionalidad de las revoluciones científicas. Bingo. Txe Peligro comienza citando al Kuhn de The Structure of the scientific revolutions, 1962. Después desarrolla someramente la teoría kuhniana y amplía con algo de Feyerabend y las críticas a Popper y al neopositivismo. En el siguiente párrafo describe los casos límite de las teorías de la física moderna, relatividad y mecánica cuántica, citando la posición de varios filósofos al respecto. Es hora de ensuciarse las manos: matemáticas. A partir de la ecuación de la geodésica en Relatividad General y con las ecuaciones de Campo de Einstein reduce la teoría de Einstein a la mecánica de Newton. Deriva más de lo mismo a partir de la ecuación de Schrödinger de la mecánica cuántica y del teorema de Ehrenfest. Demuestra la invariancia de la masa en todo sistema de referencia. Etcétera. Todavía le queda tiempo y ánimo para disertar sobre la tesis de inconmensurabilidad. Las revoluciones científicas son racionales, concluye. Se levanta, con las cinco hojas repletas, no le falta ni le sobra un espacio. Han sido cinco hojas justas. Perfecto. Las entrega dobladas al profesor Rivadulla y sale de la clase con andar cadencioso, al ritmo del hip hop que suena en su cabeza. Va al baño de alumnos y saca su gran glande rosa delante del espejo. Puede escuchar los gritos de las animadoras que están subidas a los urinarios meneando el culo. Es el puto delirio. Solo le falta ser negro. Es el mejor.

miércoles, junio 13, 2007

Ataque al corazón con bombas nucleares,
con barcos destructores y armas biológicas,
ataque preventivo al corazón plagado de mentiras
y de muerte de cosas que esperaba
como espera uno lo imposible,
como espera uno la mano pálida
que venga cualquier mañana melancólica
a salvarnos, ataque a la ilusión bombardeando
las costas cenagosas de mi cuerpo,
las ciénagas perdidas donde tantas
veces nos hundimos pensando que en vez de ciénaga
era mar abierto, sin costas y sin bordes,
bombardeo fatal de la distancia,
palabras putrefactas lloviendo en las trincheras
sobre los soldados muertos,
un gesto con la mano que parece ya un siglo o dos,
una mano que saca el dedo corazón desnudo y te lo muestra,
envuelto en la inmundicia
manchado de pecados no confesos,
invasión de manos ensuciadas por la ira
y el rencor que tanta falta hizo
para romper las cosas más terribles
que ocurrían en el mundo,
para evitar estar anclados en el barro
y en la mierda
inmersos en la brea
inútiles, perdidos,
doscientos años más.

viernes, junio 08, 2007

Deslocaliza a tu vieja

Hoy esto va de la deslocalización, ya saben, ese fenómeno fascinante que tiene lugar cuando una empresa poderosa descubre que puede retirar sus fábricas de los países desarrollados y trasladarlas al otro lado del mundo, donde no hay legislaciones laborales que defiendan los derechos de los trabajadores y es posible -y muy rentable-, sacar el máximo rendimiento a sus obreros durante jornadas laborales kilométricas pagadas con calderilla. La idea, desde luego, es cojonuda, nunca se sacó tanto provecho de eso que ahora llaman el capital humano desde la abolición del esclavismo. Así, felizmente, el planeta se asemeja cada vez más a una gigantesca huerta que las minorías del norte explotan, sacando beneficios millonarios como tubérculos arrancados de las tierras del sur. Y luego aparece en tu televisor algún bocachancla, generalmente un directivo de alguna de estas empresas al que parece que la gomina le ha carcomido no ya el cerebro sino la vergüenza, aseverando compungido que es una pena (sic) que la pobre gente de esos países cobre tan poco por tanto trabajo, pero que así, continúa el bocachancla, al menos tienen algo en lo que trabajar y la oportunidad de mantener, aunque sea precariamente, a sus familias. Pero vamos a ver, hijodeputa, si os parece tan penoso que los salarios sean tan bajos, pues subidlos, o sino no exportéis esta miseria a otros países. Y eso por no hablar de la mano de obra que se queda aquí más que deslocalizada confusa, con una mano delante y otra detrás, y la única e insistente idea de llenar la autopista de neumáticos y quemarlos, una de las acciones más hermosas que puede un trabajador llevar a cabo con sus curtidas manos pero que, al parecer, no aporta tanto, en el plano nutricional, como la dieta mediterránea de toda la vida. Y luego por aquí, cómo no, abundan los cerebrocencerros que comulgan con estas ideas peregrinas de que al menos los pobrecitos pobres tienen algo en lo que ocuparse, no se sabe bien si porque no les da la lógica para más, porque la razón ha descolonizado mal sus cráneos, o porque no quieren tener remordimientos de conciencia cuando vuelven de compras de una franquicia de inditex con un nuevo modelito, así muy posmoderno, para lucir el fin de semana.

La diferencia fundamental entre los revolucionarios franceses de finales del siglo XVIII y nosotros, aparte de que no llevamos coulottes y de que la libertad no nos guía con una teta fuera y un rifle en la mano, es que no tenemos a nadie a quien cortarle la cabeza: donde antes había un rey de peluca empolvada y una nobleza de finos cuellos níveos y jugosos, ahora tenemos difusas juntas de accionistas y miles de diminutos inversores grises difuminados por todos los resquicios del mundo, de tal manera que si nos pusiésemos (o pusiéramos) a decapitar tendríamos que ocuparnos de una buena parte del censo y ya verías tú qué lío y qué guarrada. No ganaríamos para canastos de mimbre donde recoger las cabezas. La ventaja de la decapitación es, a todas luces, que durante los nanosegundos en que la conciencia permanece aún estando tu cabeza separada de tu cuerpo, se ven las cosas desde otro punto de vista. Por lo demás, lo único que parece cortarse hoy en día a guillotina por aquí son los precisos flequillos rectos de las dependientas más modernas del Zara. Así están las cosas.

sábado, junio 02, 2007

Bonito golpe de efecto
encontrar el resto de tus cosas
arremolinadas en una esquina.

Tantas veces te observé yaciendo
en la cama inmersa en sueños de alcohol
–tu cuerpo electrizado por la oníria,
la desazón de tu gesto dormido,
mi mano inútil tratando de llegar
a través del triste simulacro de tu piel-
y tantas veces se rompió el mundo
en pedacitos tras el portazo
que dabas al marcharte.

Tenías vocación de animal herido
y de indígena de la noche:
primero feroz pantera,
finalmente gata inválida,
siempre era lo mismo;
y el absurdo teatro que decidimos
un mal día interpretar
se pulverizó en el ambiente
espeso de aquel cuarto:
construimos, en cambio, un silencio
minuciosamente ensimismado.
Fue lo mejor que nunca hicimos.

Después de todo.

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este poema saldrá publicado en una antología de jovenes poetas asturianos compilada por el afamado crítico J.L. García Martín durante el estío, junto con otros nueve mios, y que leeré con voz temblorosa el día 7 de julio en el Norte. El primer verso es una apropiación de mi buen amigo y mejor poeta Uh Uh Him, a cuyo fotolog podeis acceder pinchado ahí al lado. Hacedlo y deslumbraos con una mente preclara.