miércoles, diciembre 31, 2008

Feliz Año Nuevo, Palestina

Es el último día del año y el Estado (terrorista) de Israel sigue bombardeando Gaza. En la minúscula franja donde se hacinan un millón y medio de personas, han muerto ya 380 palestinos. Aunque los israelíes dicen atacar solamente objetivos militares para neutralizar a Hamás, lo cierto es que están muriendo decenas de civiles. ¿Han visto ese póker de cadáveres de niños palestinos, blanquecinos y rígidos, minúsculos, que mostraron las televisiones la otra tarde? Al Estado israelí, cegado por su mesianismo, le importa bien poco la vida de cualquier palestino, al los que sólo ve como un estorbo en su afán por ocupar la tierra que Dios (y la ONU?) le otorgó: la Biblia como manual de derecho internacional. “Si bombardeamos los edificios, es lógico que mueran civiles”, declaró un muy pragmático y casi insultante general isralí.

¿Quién es ahora David y quién Goliath? ¿Quién es ahora el exterminador y quién el exterminado? Parece que no recuerdan. ¿Quién ataca con uno de los ejércitos más poderosos del mundo y quién lanza modestos cohetes caseros, o piedras? ¿Guerra o, simplemente, terrorismo? El Estado de Israel, ante la tibieza de las críticas occidentales, debe comprender por si mismo que su destino y el de Palestina están unidos, para bien y para mal, y debe dar una solución pacífica al conflicto. Si el pueblo judío, que fue la luz intelectual de Occidente, no sabe combatir de otra manera al islamismo de Hamás más que con esta torpe violencia, está condenado a vivir instalado en el miedo a ser arrojado al mar, durmiendo con un ojo abierto y un fusil en la mano, tratando de esconder con firmes convicciones la vergüenza de haberse convertido, él también, en un pueblo genocida.

Liberad Palestina.

Feliz Año Nuevo.

jueves, diciembre 25, 2008

La piedra la luz amarilla

A ver… Salir de bares por Oviedo es una experiencia deliciosa y fascinante porque en todos los garitos te encuentras a la misma gente, que es la entrañable gente moderna de siempre, y los grupúsculos de hardnighters se van haciendo y deshaciendo, modificándose gradualmente, birra en mano, según pasan las horas y se vacían los vasos y se nublan las mentes, hasta que acabas en el Xalabam, ese bar divertido y malvado, a la hora de ir a misa, escuchando a los Ramones y a los Pixies, y todo es neblinoso y raro y está guay. El Xalabam, la meta al final del largo e incierto sendero de la noche, asusta un poco de primeras pero es el local lo que pervierte; la gente, como digo, es la misma que horas antes estuvo en el Flamin’, La Bola, La Caja o el Movie y demás garitos en la onda, pero algo más desencajada y delirante. Allí murió hace unos años un tipo, con un navajazo en el corazón por intentar, aún sin saberlo, levantarle la puta a un expresidiario recién liberado (que pronto volvió al talego). Dicen las malas lenguas que la clientela siguió tomando copas con el cadáver en el suelo, de cuerpo presente. Crímenes aparte, es un sitio que me gusta porque me llena de un extraño placer morboso.
Por lo demás, cuando sales por aquí, y es Navidad o Semana Santa (osea, que están tus amigos) siempre paramos por los mismos cuatro sitios y nos parece que Oviedo es una ciudad rockera y canalla, que mola. Pero claro, eso es sólo una ilusión creada por nuestra estrechez de miras. En realidad hay miles de bares horribles que nunca pisamos, con mucha gente dentro, y los nuestros son meramente anecdóticos. Es, mutatis mutandis, como cuando el PP tenía mayoría absoluta. Yo me preguntaba: cómo puede suceder esta desgracia si no conozco a nadie que vote al PP (exceptuando algunos familiares). Llegué a sospechar que el partido de la derecha podrida hacia pucherazo. Pero la explicación es que en mi ámbito de amistades no se contempla está opción política. Por aquellas fechas leí que uno de cada cuatro españoles es, clínicamente, un psicópata. Me sorprendió en principio, porque no conozco a ninguno, pero luego me di cuenta de que no los conozco porque son exactamente los mismos que votan a Rajoy. Aish, ya me fui del tema. Que eso, que Oviedo la nuit.

lunes, diciembre 22, 2008

Ovillo

En la Plaza de Callao se bifurca el mundo: para ir a Sol hay dos opciones: el Camino de la Izquierda, que es la calle del Carmen, y el Camino de la Derecha, que es la calle Preciados, ambas comerciales y bulliciosas, paralelas, ambas me gustan igual. A veces no se cuál de las dos coger y me tiro un rato pensando, indeciso. Finalmente me decido y enfilo la que sea, eso depende del día, del estado de ánimo, de la conjugación de los planetas. Pero ya voy pensando, entre la marabunta, haciendo slalom entre promotores de ONG y estatuas humanas, si no habría sido mejor coger la otra; quién sabe si, de haber sido mi elección inicial la contraria, me hubiera sucedido algo especial. Encontrarme un amigo –o hacerlo-, presenciar un eclipse, que se me aparezca el arcángel San Gabriel y que me haga santo –aunque esto lo dudo mucho-. Algo, no sé, que me cambie la vida o el día, todos son tan parecidos...

Como a mitad de trayecto hay una pequeña calle que las vuelve unir por un momento, se presenta de nuevo la opción de cambiar de camino, así que (qué coño) a veces – sólo algunas veces, otras no- opto por cambiar de calle y continuar por la que en principio deseché. Pero entonces ya vuelvo a atormentarme con qué hubiera sido de mí de haber seguido recto por la primera, si hubiera sido víctima de un atentado masivo, o escuchado a algún nuevo músico callejero, o encontrado un billete de 500 euros –que dicen que existen y que son morados- arrugado sobre una alcantarilla.

Al final las dos acaban igual, en Sol, donde los predicadores ultraconservadores y los chaperos transalpinos, y yo me sumerjo en el metro, espero en el andén, tratando de poner la cabeza en otra cosa, consiguiéndolo ya, atrapado en la lectura, hasta que llega el tren retumbando y vuelve la eterna duda: ¿en qué vagón entrar? ¿qué puede pasarme ahora?

(Dicen que hay infinitos universos paralelos. Cada vez que se arroja un dado, el mundo se divide en seis.)

Cada mínima decisión es un giro en el laberinto en el que usted vive. Todos esos laberintos, formando un ovillo, conforman el mundo.

lunes, diciembre 15, 2008

Asalto

Me asaltó el otro día una postadolescente en el metro (¡oh sí!): “Shiiiiico, ¿te gusta leer, un pokillo?”, dijo mientras mascaba chicle entre aburrida y lasciva (si es que esto es posible) y me señalaba con un boli. Pensé: “Cielos, con ese acento suburbial y esas pintas soy yo quién debería preguntarte eso”, pero simplemente dije: “Sí, mucho, pero ahora tengo mucha prisa”. Se trataba, en efecto, de una promotora del Círculo de Lectores, que trataba de pescar almas entre los atribulados metronautas, por lo visto sin mucho éxito.

Me sorprende esta política del Círculo: elegir a individuos que parecen (al menos) pendientes de la alfabetización para promover la lectura. Las promociones bancarias, por ejemplo, utilizan a comerciales complemente fiables y trajeados que transmiten el savoir faire y la confianza necesarias para que uno decida abrirse una cuenta y depositar sus ahorros. Yo mismo, hace unos años, fui predicador callejero de Greenpeace y comprobé como su tropa de salvación medioambiental estaba formada por jóvenes con aspecto alternativo y/o solidario y/o comprometido con ese tipo de causas, entre los que me encontraba. Es decir, la juventud de la rasta y el piercing podía encontrar un trabajo allí a pesar a su aspecto, tras ser rechazada una y otra vez por instituciones más Antiguo Régimen, como los bancos arriba citados o el sacrosanto Corte Inglés. (Curiosamente, y aunque no viene a cuento, la Fnac tiene una política similar, de cuanto peor, mejor, así las diferentes secciones de sus centros están pobladas por dependientes de aspecto extraño y disoluto).

Pero a lo que iba; el Círculo de Lectores: qué cosa ésta. Si a uno el gusta leer un pokillo, disfrutará sobre todo, incluso más que con la lectura, con el paseo habitual por la jungla de las librerías, el manoseo, hojeo, sopesamiento, y chupado de los volúmenes. Una aventura que puede llevarte a descubrimientos alucinantes, en librerías de viejo, en saldos, en mercadillos, en librerías especializadas, comiqueras, en la Casa del Libro dónde sea. Eligiendo por ti mismo entre toda la oferta disponible, que es mucha y variada. Al menos a mi pasa. Y puedo decir que he aprendido más de Literatura y Aledaños en estas placenteras incursiones que leyendo en mi cuarto, la verdad. En el Círculo, en cambio, ofrecen una selección mensual y aséptica, inofensiva al fin y al cabo, de obras de dudosa calidad, mayormente best-sellers y novelas románticas, a lectores vagos, poco avisados o que, incluso, no son lectores, pero les gustaría. Como esos que se apuntan frecuentemente al gimnasio, llenos de buenos y saludables propósitos y, frecuentemente, acaban por dejarlo.

Aunque bueno, pensándolo mejor, la próxima vez que me tope a la postadolescente suburbial en las entrañas de la ciudad, le regalaré una suscripción para ella, a ver si arreglamos algo, al menos su dicción. Amén.

viernes, diciembre 05, 2008

Otra vez

Un anciano va caminando por la calle bajo un cielo vasco/plomizo y llega un joven (presuntamente) y le descerraja un tiro en la cabeza por no sé qué asuntos de una carretera en forma de Y griega. Y claro, es La Eta. Y empiezan a salir en la tela sus vecinos diciendo que era un tipo genial, que sus mayores aficiones eran jugar a las cartas e ir a misa, que era más bueno que el pan, casi un santo. Pero ¿qué pasa? ¿Qué si hubiera sido un cabrón no hubiera importado? ¿Si ese empresario hubiera sido malcarado y gruñón la gente hubiera dicho: bueno, no pasa nada?

Lo que se juzga aquí no es la calidad moral de la víctima sino la bajeza del vil asesino. Da igual a quién. Es como cuando dicen que Miguel Ángel Blanco es un héroe. ¿Por qué? Lo secuestraron y lo asesinaron. ¿Qué tiene eso de heroico? O cuando le dan el Premio Príncipe de Asturias a la Betancourt. ¿Por qué? A ella la secuestraron e intentó sobrevivir, como hacen tantos. No tuvo elección, otros decidieron por ella. Si tanto le mola eso a nuestros próceres, pues que le hubieran dado el Premio a la narcoguerrilla de las FARC, no te jode.

En fin, por otro lado, y como decían por ahí, La Eta no sólo mata a sus víctimas, sino también a ciertos movimientos sociales, vecinales y ecologistas que, teniendo luchas que podrían ser legítimas, ahora se verán satanizados por estar en la larga sombra de Eta. Y es que “no entienden que el sujeto de las luchas populares es el pueblo, y no la vanguardia revolucionaria”, Javier Ortiz dixit.

Todo el proceso de atentado-condena-tralará me recuerda a aquel relato de Kafka en el que unos monjes celebran un ritual que siempre es abortado por unos tigres que saltan sobre el altar y tiran los cirios y los cálices y lo dejan todo perdido. Tan persistentes son en la jodienda que al final, los monjes, desesperados ante la imposibilidad de llevar la cosa a término, incluyen en el propio rito el numerito del asalto felino. Y tan contentos.

domingo, noviembre 30, 2008

Periodismo (con perdón)

Ya se está muriendo el año y pienso, al borde del siguiente, lo fructífero que ha sido mi inicio en el oficio del periodismo (“el mejor oficio del mundo”, “mejor que trabajar”, y todos esos clichés manoseados). Ya ven, recién licenciado en Astrofísica me cambié de tercio como un traidor y me enrolé, después de duras pruebas y ciertas dificultades, en el selecto y recoleto máster de El País. Han pasado tela de cosas: las interminables elecciones norteamericanas con su final inaudito, el mastodóntico accidente de Barajas, las elecciones españolas, y la ubicua crisis, que, por cierto, me pilló trabajando en prácticas en el diario económico Cinco Días, este verano, y gracias a la cual aprendí muchísimo de economía y también de periodismo. Pero también todas esas minúsculas historias del periodismo local, que es el que hemos practicado durante todo el año para hacer callo.

El máster es una gran idea (publireportaje), se trabaja como en una redacción de verdad, hicimos periódicos, programas de radio, revistas, todo en tiempo real y con las mayores exigencias (fin del publireportaje). Alejados de toda teoría, de Macluhan y compañía, de la Facultad, praxis pura que me llevó a ir de los palacios hasta el fango. He comido en fastuosos banquetes con empresarios, me he adormecido con el profesoral y cálido verbo de Solbes en el congreso, he entrevistado a todo tipo de personajes (esta misma mañana al director de Le Monde.fr). Sindicalistas, políticos, intelectuales, envueltos en mucho mucho cocktail, mucha mucha gala, muchos hoteles cinco estrellas, lujo a raudales. Pero también bajé a las chabolas de la Cañada Real, donde me dejé las Adidas perdidas de barro y jeringuillas, conocí a los inmigrantes perseguidos, los albergues de los sin techo donde se le ofrece calefacción y zumo de piña, las protestas vecinales, las riadas, y la horrible privatización de la sanidad madrileña. Los muertos. Así, después de tanta rueda de prensa, de ser enviado especial, de tanto patear, hablar con gente y recibir bufonazos, llego a la conclusión de que no hay tanta diferencia entre unos y otros, de que todos son de carne y de hueso, de que los que salen por la tv existen, se pueden tocar y que los que no salen tanto también existen, y es preciso recordarlo, y también acercarse y tocarlos.

lunes, noviembre 24, 2008

Ellos

Como la primera vez que sonó el timbre yo estaba dormido no supe distinguir si el timbre había sonado en el Sueño o en la Realidad (que también es sueño, etcétera), así que me di la vuelta sobre mí mismo, me tapé bien con la manta y traté de seguir durmiendo. Pero pronto sonó otra vez, y no sólo eso, sino que también sonaron unos fuertes golpes en la puerta que me despertaron definitivamente y excluyeron la posibilidad de que el timbre fuese una creación onírica. Me levanté asustado y me puse unos pantalones de chándal que estaban tirados junto a la cama. Todo estaba oscuro así que caminé con cuidado de no tropezar con las cosas que solía dejar por el suelo, tratando de alcanzar la manilla de la puerta. Cuando, después de palpar la pared y la puerta, alcancé la manilla, salí al pasillo caminando muy despacio, primero un pie y luego el otro, de puntillas, no quería que los crujidos del viejo parquet me delataran. Avancé así, tentando las paredes, guiándome por la cómoda del pasillo, por el espejo donde no se adivinaba ni mi silueta y luego por el marco del póster de aquella peli de Jim Jarmusch, hasta que llegué a la esquina. Ahí ya se veía la leve claridad anaranjada que salía del salón. No sabía qué hora era, así que me asomé con cuidado a la sala, comprobé que por el balcón se veían las farolas anaranjadas de la calle, esa luz tan Blade Runner que ya tienen las ciudades. No amanecía, así que debía ser la mitad de la madrugada, las cuatro o las cinco, pues me había acostado tarde y todo estaba inmerso en un silencio casi sólido que sólo rompía mi respiración algo agitada. En ese momento volvieron a tocar el timbre y volvieron a golpear la puerta con fuerza, sonaba como una hecatombe. Me dio un respingo, suspiré, se me puso la piel de gallina. Casi paralizado continué hasta el hall. Allí el parquet era aún más viejo, crujía más, así que me desplacé casi a cuatro patas, como una alimaña, intentando no tropezar con el tendedero de la ropa, que, de haberse caído, hubiera montando un follón que les hubiera indicado a ellos –si es que eran ellos los que llamaban- que yo estaba allí, a pocos metros, al otro lado de la puerta de entrada, tirado por el suelo. Por debajo de la puerta no se veía la raya de luz amarilla del descansillo, así que supuse que, si los que llamaban eran ellos, si eran ellos los que estaban allí, debían de estar a oscuras. Casi arrastrándome alcancé la puerta y le pegué la oreja, conteniendo la respiración, temblando. Se oyeron los susurros.
- Llama otra vez ¿no?
- Espera, déjame escuchar.
En efecto, eran ellos, reconocí sus voces mascullando, al fin venían a por mí. Pude oír cómo tocaban la puerta, cómo uno de ellos se movía impaciente, su fuerte respiración.
- ¿Qué coño hacemos aquí? ¿A qué coño hemos venido? Llama otra vez. Llama otra vez.
- ............
- Llama otra vez, coño.
- Que te calles, joder.
Después de los susurros volvió el silencio. No sabía que estaba pasando al otro lado, no sabía que estaban haciendo ahí fuera, a tan sólo unos centímetros. Me tapaba la mano con la boca, acurrucado en el suelo contra la puerta.
- Vamos a tirar la puerta abajo de una puta vez, cojones.
Pasaron unos segundos eternos, sentía el latido de mi corazón, el sudor frío.
- No. Volveremos otro día. Volveremos y le cogeremos.
Oí entonces sus pasos dándose la vuelta y bajando la escalera lentamente, a oscuras.Fui entonces, ya erguido, pero aún con cuidado, al salón, sin encender las luces, no quería dar ninguna noticia de que estaba en la casa. Me acerqué al balcón, abrí la puerta sin hacer ruido y entró el frío polar que habían anunciado en los informativos y que finalmente había entrado a la península por la zona noreste. Desde el balcón les vería alejarse si, al salir del portal, giraban hacia la izquierda y se alejaban hacia el sur. Esperé agazapado, muerto de frío, tratando de abrigarme con mis propios brazos, pero no aparecieron. Habrán girado hacia el norte, pensé. Volví adentro, cerré la puerta del balcón y me dirigí a mi cuarto. Me encerré aliviado en la habitación y otra vez, en la más absoluta oscuridad, me metí en la cama. Coloqué bien la manta, me acurruqué, me tapé hasta la nariz, como poniéndome a salvo, pero cuando me giré para encarar la pared, para estar más cómodo, entonces, de pronto, como el peor augurio, pude sentir allí aquella respiración, aquel calor, aquel mínimo movimiento, la presencia que me acompañaba dentro de la cama, bajo la manta, a pocos centímetros, aquel cuerpo horrendo y cercano que tal vez me estaba mirando, a punto de tocarme, y que yo ni siquiera podía ver.

viernes, noviembre 14, 2008

Aquel maravilloso y horrible año

Recuerdo mi reflejo en uno de los grandes espejos de la discoteca Whillpoorwill, Oviedo, un lugar bonito al fin y al cabo, luz baja y rojiza, madera, sofás de cuero y parquet, muy elegante. Fuera lucía el sol –aunque solía estar nublado en aquel barrio pijo de Asturias-, salíamos de casa a eso de las cuatro de la tarde para volver antes de la diez, mamá esperaba, aunque allí dentro, en Whillpoorwill, podría ser cualquier hora, no había tiempo. Yo tenía 15 años, camiseta blanca de Green Day y otra negra debajo de mangas largas que asomaban, todo muy mid-90’s. Siempre me quedaba inmóvil ante el espejo, fascinado por mi imagen fumando mis primeros cigarrillos Lucky Strike. Alrededor las parejas se enrollaban tirados por los sofás, cuerpos jóvenes –aún no sabía cuán jóvenes, haciendo puzzles con vaqueros-, ellas a horcajadas sobre ellos, cabalgándoles, o ellos empotrándolas contra las columnas, rozándose, metiéndoles la lengua hasta la garganta, soportando gigantescas erecciones adolescentes. Recuerdo a Marga liándose con dos chavales a la vez allí delante, sonaba el Give it up, o Ecuador, Alvaro andaba por ahí, el suelo retumbaba y yo me acercaba a la barra, me hacía sitio a codazos entre la chavalería, y pedía, con la voz más grave que encontraba en mi tórax, un licor de manzana con manzana -qué inocente-, poniendo cara de estar de vuelta de todo, de ser un hombre, aunque en realidad todavía no podía con la ginebra, el whisky, el ron u otros destilados u otras drogas de todo tipo que después, salvíficamente, vendrían a redimirme. Pero la mayor hipnosis, como digo, me la producía mi imagen fumando en el espejo, mi mano acercando el cigarro a los labios, luego los labios dejando escapar suavemente el humo haciendo remolinos o empujándolo con fuerza hasta el techo como un dragón, mientras yo fruncía el ceño, levantaba una ceja y apretaba los ojos. Aquel era yo, haciendo aquella cosa prohibida que hacían los mayores. Algo había cambiado aquel año, se había oído un clic que anunciaba un cambio, me esperaban grandes emociones, seguro. Y tenía unas ganas tremendas de follar.

viernes, noviembre 07, 2008

Doble o nada!

Ha vuelto ha ocurrir. Los que sigan este, su humilde blog, recordarán cómo hace un año, viviendo el Autor en otra casa, un bakala fascinante y patético, divertido y malvado, abandonó nuestro adorable piso en mitad de la noche, con nocturnidad y alevosía, dejándonos con el culo al aire para pagar el último mes que un servidor viviría allí. Pinchen, pinchen.

Pues bien, ha vuelto a pasar. Después de aquel incidente y tras un breve paso de un mes por la casa del amigo y vecino Guillermo, me mudé a mi casa actual, de la que hablaré otro día, que ya hace un año de eso, con mi amigo Emilio. Esté verano fue duro inmobiliariamente hablando. Por aquí pasaron dos argelinas –a las que apodé las musulwomans-, un malagueño algo atontao –al que apodé Felipón- y una estadounidense algo casquivana pero de mentira –a la que apodé la seriousa. También se vino a vivir el amigo Isaac, con el que ya había yo compartido el piso de Delicias. Pero en fin, todo esto es solo para que ustedes sean conscientes del trasiego de compis –o zombies- de piso que ha habido por aquí últimamente.

Hace un mes o así llegaron Amid, otro argelino –pero francés, como Zidane-, y Leticia, una viguesa trotamundos moderna y deslenguada. Amid estaba solo de paso porque pronto quería irse a vivir con su novio, camarero del Siroco, a la sazón. Letiticia, en cambio, estaba alucinada con su cuarto, amplio, luminoso, muy zen. Lo cierto es que con Amid no coincidí mucho, solo un par de veces, teníamos horarios diferentes, parecía muy amable. Su curro en la ingeniería no era compatible con mi muy variable horario periodístico y los findes se iba a Pozuelo con su pareja. Leticia, en cambio, parecía querer integrarse. Aunque también faltaba bastante. Decía venir a Madrid para cambiar de aires, su discurso era joven, dinámico, actual, había vivido en muchos sitios y ahora quería probar la capital. Qué cosmopolita, pensamos. Al final descubrimos que la razón de su cambio era un novio enjuto y amable que trajo unas cuantas noches. Tan implicada estaba con este piso que impuso un turno de limpieza que nos hacía buena falta y que, en principio, cumplimos estrictamente.

Entonces ocurrió. Después de uno de nuestros findes locos, entramos en la habitación de Amid, alarmados por su falta durante tantos días: sólo quedaban las sábanas. Ni ropa, ni libros, ni neceser. Sólo unas sábanas que debían de ser prestadas. Se había ido sin avisar –como el bakala antes citado- y dejándonos sin cubrir el presente mes. Qué mierda, pensamos, qué cobarde. Por qué la gente que quiere irse no avisa. Por qué se fugan en mitad de la noche, como si fueran presidiarios. Leticia también dijo lo mismo. Era una vergüenza.

Esta mañana, yendo a una rueda de prensa, recibí un mensaje de mi compi Emilio: Leticia, la muy zorra, también se ha largado, vaya desmierde. Lo del desmierde me hizo gracia, porque desconozco el vocablo. Pero luego pensé en la ruindad de alguien que un día critica la fuga del argelino, y una semana después saca a escondidas sus mil maletas y cajas, seguro que en connivencia con el inocente novio, y se escapa de la casa sin decir adiós y dejándonos otra vez en bragas para pagar el mes.

Algo habrá que hagamos mal, digo yo. Pero qué coño, los que lo hacen mal son ellos. Ya ven, doble y nada.

sábado, noviembre 01, 2008

La Reina también piensa

Lo que hemos venido a saber esta semana es lo que ya sospechábamos: que la Reina es una maruja. Las opiniones que ha revelado (incomprensión total de la homosexualidad, antiabortismo, rechazo de la eutanasia, etc...) son propias de una señorona de provincias de misa de ocho los domingos y después confitería. Había quién pensaba que Sofía, tan griega ella, tan dulce, tan callada, tan vegetariana, podía esconder un lúcido pensamiento analítico; se podía haber llegado a creer que debajo de aquel elegante silencio, aquella delicada entereza a la hora de consolar a las víctimas de las más variadas catástrofes, se escondía una especie de fina intelectual afrancesada, qué se yo. Pero la realidad es siempre más cruel, y al final se ha comprobado lo peor: que la Reina podría encajar bien en ese estereotipo de mujer que hojea el Hola en una peluquería de extrarradio, debajo del secador, o que conversa a gritos con la vecina por la ventana, mientras tiende la ropa. Pero además no son sólo sus posturas, sino la forma ingenua y pueril que tiene de argumentarlas, lo que más le acerca a los modelos que he citado. Por lo demás, llama la atención que critique la aficción de su marido (la caza) y que, siendo la mismísima Reina de España, sea antitaurina, cosa que celebro. Seguro que algunos catetos de los que se ven por las plazas de toros preferirían la República a tal cosa.

El que esta señora diga lo que piensa a mí me parece anecdótico, lo triste es el revuelo que esto ha causado y cómo la clase política se caga por la pata pabajo cada vez que hay que hablar de la sacrosanta monarquía. La vergüenza es cómo el PSOE ha cerrado filas hipócritamente en torno a su figura. Y lo más patético es como el sonriente portavoz del PP (pensaron que con una mera sonrisa profidén ya estaba dado el paso al centro), criticase una mañana la poca neutralidad de la monarca y dos horas después, probablemente tras haber recibido una buena regañina de los de más arriba, se desdijese de forma sonrojarte para defender la línea del partido. Y lo mejor la portada del diario Público con un collage similar al que los Sex Pistols hicieron con la reina de Inglaterra para el God Save the Queen con la leyenda “¿Por qué no se calla?”. ¡Excelsior!

martes, octubre 28, 2008

¿Y qué opina usted del viento?

El viento está muy bien. El siroco, los alisios, el gregal. Lo mejor de todo es que los vientos reciben el nombre de donde vienen, no de donde van. Cómo aquellos pájaros de Borges que volaban hacia atrás (de culo): les interesaba más su procedencia que su destino. Y que no existen, claro. Me interesan, por lo demás, sobre todo los vientos que vuelven majaras a la gente, en ciertas costas, como el Levante en Cádiz –mi segundo hogar- o la Tramontana en Cataluña. Tal vez por culpa del primero mi familia paterna está formada por contrabandistas, suicidas, alcohólicos, esquizofrénicos, navajeros, abuelas ciegas, y gente peligrosa y excéntrica, muertos en general. También me gusta el mar, el bosque y la Vía Láctea en noches muy negras. Los pajarillos. Pero todo eso es mentira, ya ven, un mito, una fantasía. Yo siempre he vivido esperando a que el semáforo se ponga en verde, cruzando la calle con cuidado, esquivando autobuses urbanos, bajando al metro, yendo a garitos chungos y al super, buscando las mejores ofertas o metido en habitaciones oscuras y llenas de humo, con gente y cosas raras. Haciendo los lunes un Crtl + Z. Sin que sirva para nada, claro está. Vivo entre hileras de edificios y avenidas, en el centro de una gran ciudad, extrema y mareante, deliciosa. ¿Por qué luego hablamos el viento? ¿Por qué la metáfora son, luego, las olas del mar?

martes, octubre 07, 2008

Vértigo o contemplación de algo que termina

Tengo vértigo me dijo cuando subimos a la última planta del centro de salud mental o sea del manicomio la acerqué al borde y ella se encendió un cigarro muy nerviosa le temblaba la mano casi no podía acertar con la llama en el extremo del tabaco hace tiempo que no nos vemos ¿sabes? yo antes te quería pero eso era antes hace mucho tiempo me dijo ahora no es que tenga miedo a las alturas no es eso cojones es que el vacío me llama dijo es que cada vez que veo todo ese espacio me dan ganas de tirarme estoy muy mal ¿sabes? me dijo estoy muy loca cada vez que subo aquí fantaseo con estamparme contra el puto asfalto y fantaseo con cuál será la imagen de mi bonito cuerpo abierto y roto mis vísceras rojas esparcidas contra el suelo como una puta muñeca rota ¿sabes? me dijo y yo pensé que en verdad era bonito su cuerpo y que en verdad era una muñeca y yo también fumaba y el humo no temía de mezclarse con el aire frío del crepúsculo haciendo remolinos ella se tapaba la cara con las manos estoy fatal dijo estoy muy mal y empezaba a incomodarme y abajo estaba el aparcamiento los coches de colores ford fiesta negro peugeot 205 blanco y sucio un audi metalizado ¿sabes? dijo mi padre hacía cosas malas tú también me hiciste daño pero menos o el mismo pero diferente ¿sabes? yo siempre leo todos esos libros de Freud dijo cuando me dejan porque a veces no me dejan hacer nada de lo que quiero aquí es todo muy blanco dijo y ¿sabes? y ella seguía diciendo y yo empezaba a marearme y se ponía el sol tiñendo el cielo de morado y naranja infierno y ella no paraba de cogerme del brazo con fuerza casi me hacía daño me clavaba los dedos las uñas era una puta loca pensé ¿sabes? yo ya no sabía quién decía cada cosa si era ella o era yo y veía la punta de mi zapatilla en el borde del precipicio siete plantas de psiquiátrico un edificio nuevo de metal y hormigón pagado por la Comunidad me sentía tan libre y tan liviano el aire fresco mordiendo mi cuello solo faltaba un paso pensé ¿sabes? estaría bien tirarse destruirse contra el suelo ver lo que luego dirían los demás saber qué sacarían los periódicos de pronto parecía tan atractivo el mundo tiraba de mi y la eternidad sólo estaba un paso más allá de las puntas de mis adidas ¿sabes? necesito mis pastillas dijo necesito bajar y tomar mis putas pastillas enredando su pelo entre los dedos como una niña pequeña como una loca me vuelvo dijo ¿sabes? y yo dije a tomar por culo y me balancee suavemente hacia atrás y hacia delante y me tiré más bien me deje caer me dejé atrapar por la atracción del planeta mi cuerpo ingrávido y celeste incapaz de controlar los movimientos de las extremidades como un pelele absurdo en el aire cayendo a 9,81 metros por segundos cada segundo la aceleración de la gravedad el cuerpo hacia la Tierra hasta estamparse contra el suelo perder la respiración verla alejarse ahí arriba asomada la melena colgando mi corazón detenido y no ver mi vida cruzando delante de mis ojos ni a Dios todo era mentira y de repente y así como si nada chof y todo negro.

lunes, septiembre 29, 2008

El patetismo

¿Os acordáis del verano?

Ahora todo eso ya pasó, ahora cerramos las ventanas, arrastramos las hojas secas en nuestros paseos por los bulevares, nos ponemos así, y archivamos un verano más en la caja de zapatos llena de arena y de sal. Pero recordad la playa un momento, por favor, y a los bañistas, lo orgullosos que parecían cuando se erguían de la toalla y se sacudían el bañador, e iniciaban la carrera atlética, evitando el calor; recordad la gota de sudor arrancada por el viento de sus sienes, su pelo revuelto y aquel gesto decidido: eran héroes.

Parecía que se iban a comer el mar entero, que no había agua suficiente, que iban a embestir al océano, a nadar hasta el final, hasta llegar al borde del mundo donde una cascada gigantesca derrama el mar en el cosmos. Parecía incluso que iban a llegar mucho más allá, que iban a seguir nadando a través del universo, jadeantes y enérgicos, cruzando galaxias enteras, sobrepasando los cuásares más lejanos, sorteando agujeros negros, hasta al final llegar a los confines, donde se encuentra la nada, blanca y silenciosa, e incluso a entrar en ella, a desintegrarse en una explosión cósmica, a vibrar, por fin, en la frecuencia de Dios, eternamente.

Pero luego llega la decepción: esa frenada en la orilla, mojar primero un pie y comprobar que está muy fría, saltar tímidamente al ritmo de las olas, temiendo sumergir los genitales, mojándose la nuca y la tripa, ya excesiva, para no cortar la digestión. Y después de adentrarse lentamente durante unos diez minutos, sentir el miedo, reunir al fin el coraje para zambullirse y tiritar y sentirse congelados, pero aún así darse la vuelta y sonreír a la suegra que saca la tortilla del tupper y desenvuelve los filetes empanados del papel albal, al cuñado tratando inútilmente de clavar la sombrilla contra el viento, a ese par de mocosos desnudos rebozados en arena y esa mujer que de pronto no es la mujer que una vez amaron y a la que ya apenas pueden soportar; entonces gritar en voz aguda, mintiendo contra el mundo, venid, venid, familia, venid que está muy buena.

domingo, septiembre 21, 2008

Pescadilla

Yo era un hombre normal con una vida normal y un trabajo normal, más normal aún que contable o conductor de autobús. Tenía una mujer completamente estándar ni joven ni vieja, ni guapa ni fea, a veces simpática y a veces odiosa, dependiendo del día. Vivíamos juntos, con nuestros dos hijos, una niña y un niño -con notas en torno 6,5, excepto en matemáticas-, en un piso de Chamberí (no en un chalet con perro, no con piscina y vecinos amables, no éramos felices, éramos tan solo normales). Todos los días eran iguales y las semanas se sucedían sin novedad o mutación, los domingos leía El País y el suplemento, María hacía paella, lo niños jugaban a la Play. Las malas rachas pasaban pronto y las buenas brillaban tan fugazmente que apenas llegábamos a verlas.

De pronto me desperté de aquella pesadilla, azorado y sudoroso entre las sábanas revueltas. A mí alrededor el mundo estaba borroso y la identidad de las personas que estaban en aquel cuarto, que ya no era un cuarto sino una pradera, cambiaba constantemente. Y hasta mi cuerpo cambiaba sobre mi cama, que ya no era una cama sino un barco que subía en busca de las fuentes del Nilo, donde me esperaba mi madre, que en realidad era la tuya o Lucía Lapiedra y así hasta el infinito. Qué bueno era volver a estar despierto.

viernes, septiembre 12, 2008

Saritísima

Si ustedes leen los papeles, y espero que así sea, o al menos ven los informativos de la tele, y eso seguro que sí, a la hora del almuerzo, antes de la siesta, se habrán enterado del furor que está causando la señora Sarah Palin, candidata a la vicepresidencia por el partido republicano, en nuestros odioqueridos Estados Unidos. 

Resulta que esta mujer viene de un sitio aún más incomprensible para el europeo medio que los USA de toda la vida, la lejana y gélida Alaska, así que, como contaba un analista de la campaña yankee de RNE, si es que escuchan la radio, la Palin sabe asistir un parto, cazar renos con un rifle, cortar leña y desguazar un venado con sus propias manos para alimentar a sus hijos. Alaska es un estado duro, una frontera de la civilización y allí esas cosas están a la orden del día. Al parecer, eso explica su autenticidad a ojos de aquella sociedad extrema y la pleitesía que le rinden, de pronto, tantos estadounidenses de a pie. De sus orígenes norteños viene su rectitud moral, su oposición al aborto y a cualquier tipo de desliz sexual, su lucha contra la homosexualidad, su intento de censura de ciertos libros en las librerías del remoto pueblo que gobernaba, su apuesta por el creacionismo como ¿teoría? mejor que la evolución de Darwin, y también su bizarra, pero tristemente compartida por tantos, opinión de que “la guerra de Irak es una misión directa de Dios”. El personaje se las trae, tanto es así que al otro lado del charco ya han comercializado tres diferentes modelos de muñeca –congresista, sexy y heroína- a imagen y semejanza de la Palin, mientras que su marca de gafas se ha agotado y en las peluquerías de todos los states las mujeres demandan enfervorecidas su mismo corte de pelo. Ella es tu vecina, la americana media con problemas, con su hijo retrasado, su otro hijo soldado en Irak, y su hija preñada a los 17 –qué disgusto- que ni siquiera aborta. Solo la Palin quiere ser vicepresidenta.

Esto me recuerda el ensayito que se publicó hace unos meses por la Complu, No pienses en un elefante. Un libro pequeño y brillante del lingüista progre George Lakoff, en el que explica que la gente no actúa como el homo economicus de toda la vida que solo busca su propio interés y sobre el que se fundamenta la teoría económica y política: hay gente que antes que votar en busca de su interés, vota por identificación con sus valores. Esto explica, en opinión de Lakoff, las victorias del partido republicano con los votos de los trabajadores más pobres: a los obreros no les importaba que las políticas de Bush les perjudicasen gravemente, solo se identificaban con el nacionalismo y la religiosidad exacerbada que vendían los neocons. Ya ven, la gente no tenía en cuenta las medidas políticas reales, lo que importa es votar a alguien como tú, alguien que piense igual, aunque reduzca tus beneficios social, tu sanidad pública, tu subsidio deedesempleo, sobre todo si eres de los más humildes, por decir algo.

La aparición de la Palin parece haber eclipsado el fulgurante carrerón de Obama y yo pienso: es que queremos la misma historia. Barack tenía su encanto: un negro café-con-leche nacido en Hawai que hablaba como Kennedy y se convirtió en un icono pop. ¿De donde había salido? No sé, pero molaba, ese desconocido enjuto y juvenil de voz grave que hacía poesía en sus discursos hasta poner los pelos como escarpias. Obama era cool, Obama iba a ganar y el mundo iba a cambiar bajo su sonrisa. Pero la sobreexposición mediática, en todas partes y a todas horas le hizo aburrido. Ahora tenemos un nuevo juguete: La fachorra encantadora Sarah Palin, que de joven fue la más guapa de su pueblo marciano, la mamá opusdeista del mundo, la mujer que sale de la nada, del hielo, el bosque, de las entrañas más guarras dela Biblia para imponer la pureza. Alguien que antes no existía y ahora coge al mundo por los cuernos: otra vez el sueño americano.

jueves, septiembre 04, 2008

Alegrías del incendio

Era hermoso, cogerte de la mano y subir contigo al monte. Subir bajo el sol de algún domingo filtrado entre las hojas, jugando entre los árboles. Como cuando niños subíamos solos a recoger castañas, y era el primer resquicio de libertad que nos dejaban. Era hermoso ver que el bosque era nuestro entero, que durante toda una jornada nadie aparecía, como si el mundo estuviese vacío por un rato y sólo los dos lo recorriésemos. Era hermoso volver a pasar, volviendo a otros otoños, ante el lecho de hojas secas y amarillas sobre el que por primera vez nos acostamos, pasados ya los quince años. Siempre volvían a estar allí las hojas, como invitándonos de nuevo. Invitación que, aunque el tiempo iba pasando, nunca rechazamos. Porque era como ganarle al tiempo otro pequeño instante, hacerlo nuestro. Era hermoso constatar que te ibas haciendo una mujer a cada nuevo encuentro, cada año después de un largo estío. Las caderas ya anchas, las tímidas arrugas al borde de los ojos, el rostro cobrando significado con el poso amargo de los días, aunque tu mano, ya curtida, seguía teniendo el mismo tacto, agreste y suave. Subir, tocar la cima, ver el mismo valle verde a nuestros pies, los pueblos creciendo como musgo, y respirar el mismo aire revolviendo nuestro pelo, arreglando nuestros rostros, ya mellados por la edad.

Cuando ya la vida nos iba separando decidimos que aquel monte fuera nuestro para siempre, cerrar el libro, fijar la historia, tomar posesión de la memoria. Y eso fue lo más hermoso. Vernos por última vez, furtivos en la noche, y escabullirnos en silencio hasta la cima. Yo llevaba el bidón de gasolina y tú, borracha, llevabas el mechero. Nos costó esparcir bien el combustible, sin casi ver donde pisábamos, pasando algo de frío. Pero luego llegó el calor, cuando yo le prendí fuego a todo aquello, era un infierno. Y bajamos corriendo y tropezando, algo asustados, escapando de las llamas. E imaginábamos las portadas de la prensa al día siguiente, potentes titulares anunciando un gran incendio forestal. Enormes pérdidas económicas, terrible impacto ambiental, posibles víctimas humanas, todo eso daba igual, no nos importaba. Y desde abajo vimos arder el viejo monte. Cómo se quemaba, cómo las llamas teñían el cielo e iban consumiendo el bosque poco a poco y el humo negro iba velando a los demás lo que había sido nuestra historia. Ya para siempre nuestra, solo nuestra. Y aquello, aquel olor, tu cuerpo tembloroso pegado mi costado sollozando, como digo, aquello fue lo más hermoso.

No volvimos nunca vernos. Quemamos nuestro monte. Nuestro monte había ardido.

lunes, agosto 25, 2008

Los caminos del Señor son inescrutables

Según el Google Analitycs, algunos internautas han accedido a este, vuestro humilde blog, haciendo las siguientes búsquedas en el sacrosanto Google.

técnicas masturbatorias
literatura pornográfica
las cosas más fantásticas del mundo
concurso literario amañado
cómo hacer daño a una mujer
matar polillas
armas de destrucción anal
follarse un cerebro
a mí no me atrae un cuerpo, no es que no me atraiga, claro que me atrae, me encanta, pero no me seduce
anal intruder
belleza pierna muñón
cerveza y gastroenteritis
cómo quitarse el odio dentro de una mismo
concepto: el triunfo
crestas capilares
cuánto mide el pene de Billie Joe
culito de la niña semén
discapacitada follando sin pierna
el tiempo como tal
es bueno dormir con ansiolíticos
flequis
gorila borondongo
hombres que usan sujetador
los dibujos mas bonitos de flores o cositas muy ermosas corasones para colorear (sic)
vomítame arena en la boca
versos punk
técnicas para sentir más placer al pajearse
te voy a poner un supositorio
significado de la palabra asimetría
ancianas con mucho vello púbico
quiero practicar tiro con arco
polletazos
peligros del nitrato de amonio
papiroflexia de libélulas
muerde glandes
montones de guardias civiles muertos
mi trayectoria delictiva
mi tía borracha

Se me ocurre que igual que se puede conocer a alguien husmeando en su basura, también se podría hacer mirando estas busquedas en Google. Y me asusta.
La primera pregunta es: ¿por qué buscan eso?
La segunda es: ¿por qué sale éste blog?

miércoles, agosto 13, 2008

Encuesta

He aquí una consulta popular que sí cabe en la Constitución.

¿Qué es lo que más le gusta de la Puerta del Sol?

1. El mendigo sin brazos que sujeta y agita con la boca un vaso de plástico lleno de calderilla.
2. La mujer que pide tirada boca abajo en el suelo, en toda la longitud de su cuerpo.
3. Las estatuas de barro humanas.
4. Los chaperos del Magreb.
5. Los promotores plastas de Greenpeace, WWF, ACNUR, étc.
6. Los predicadores cristianos ultraconservadores.
7. Las niñas carteristas rumanas.
8. El hombre-anuncio que compra oro.
9. La mujer con los brazos deformes.
10. La vieja decrépita vestida de riguroso negro que pide para Gelocatil.

¡Hagan sus apuestas!

Yo, elijo la vida.

domingo, agosto 03, 2008

Los blogs no son para el verano

En clara sintonía con la situación económica, este blog entró en una desaceleración acelerada hasta llegar a la crisis. Ahora está al borde de la recesión. ¿Los culpables? La crisis financiera internacional originada por la hipotecas subprime estadounidenses, la subida de los precios del petróleo y los alimentos, y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria patria. Además, claro está, de la vagancia estival y mi trabajo veraniego en 
un prestigioso diario económico que me deja poco tiempo para fantasear.

Pero hoy voy hablar de estatuas. Durante una época, hace unos años, al ínclito alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, le dio por llenar la ciudad de estatuas. Gabino es famoso por su excentricidades y por cierta megalomanía, aún así, este pepero que algunos han calificado como “el Gil del norte”, lleva varias legislaturas siendo el alcalde más votado de España. Así que la heroica ciudad se lleno de esos nuevos habitantes metálicos: hubo una Gorda de Botero, un torso de un torero cuya razón nadie entendió en una ciudad tan despreocupada por el toreo, la cabecera de una manifestación que el Ayuntamiento prefirió titular La Concordia, una especie de joven de la Ilustración plantada enfrente del Teatro Campoamor, y así hasta el infinito. Los visitantes se mostraban sorprendidos del derroche estatuario de nuestro querido Oviedín.

Si Gallardón fuera Gabino estaría feliz, porque en Madrid últimamente proliferan las estatuas casi tanto como las putas. Me refiero, esta vez, a las estatuas humanas que copan las calles del centro. Está esa tan graciosa de un hombre que camina contra el viento que le revuelve el pelo y le rompe el paraguas, que después de tantos años comienza a aburrir, y tambien el vaquero y el soldado que hacen movimiento robóticos y ruiditos cachondos. Luego están esas tipas que deben ser actrices en paro y que se disfrazan de estatuas románticas, hadas, ángeles, cosas así de profundas y étereas. Está el tipo listo que va de vaquero que duerme la siesta y que, por consiguiente, trabaja cómodamente tumbado. En la Plaza Mayor se encuentran algunos que dan mal rollo. Una especie de verdugo todo de negro que yo creo que en vez de una persona esconde dentro un andamiaje que los sostiene, y que el artista solo viene a última hora a recogir las colaboraciones ciudadanas. Y luego hay esos que están como cubiertos de barro que también dan un poco de mal cuerpo. Y el viejo superintruso profesional, en una de las bocacalles que da a Sol, que hace de banderillero a punto de clavar las banderillas y al que más bien apetece darle una palmada en la espalda y un euro para que se vaya a tomar un chato de vino a la oscura taberna de la que nunca debió salir.

Cuando aparecen en los medios estas estatuas humanas dicen que son artistas. Que eso es un arte. Bueno, vale, venga, ahora todo es arte y, como dije un par de post atrás, los pedos son poesía. Lo que si está bien es como curro veraniego, es lo que me gustaría hacer a mí, y lo bordaría. Estar bien quietecito y cuanto menos hagas, mejor.

viernes, julio 04, 2008

Tu sí que eres sucia,
tu cuerpo huele a cuerpo
y a caverna,
y tu sucio aliento
-quimérico y caliente-
susurra cosas sucias
en mi oreja.

Eres sucia
porque tienes sucio
el centro del cerebro,
porque sucio está tu pecho,
tu vientre,
lo que piensas,
lo que sueñas,
lo que escarbas
en la tierra.

Animal de noche y brea
a cuatro patas,
mirando hacia detrás
cuando te embisto
me ensucias de sudor,
veneno
y alquitrán.

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lean este estupendo reportaje de Sergio Cuadro en el diario económico Cinco Días.

miércoles, junio 25, 2008

Autoentrevista

Empecemos por el principio ¿Cuándo fue la primera vez que usted se recortó el vello púbico?

Me alegro de que me haga esa pregunta, aunque la verdad es que no sabría decir una fecha exacta. Tendría yo 16 o 17 años. Era una grisácea tarde asturiana y yo había visto un programa de estética masculina que me había animado a coger las tijeritas plateadas que guardaba mi madre en el cajón del baño y a comenzar a recortarme aquella mata oscura que tenía en el pubis. Me sorprendió cómo se multiplicaba el vello sobre el suelo de la bañera, estaba todo cubierto, parecía haber más del que originalmente brotaba sobre mi cuerpo. Cuando acabé la tarea tenía, en efecto, mejor aspecto y mi miembro parecía incluso más grande. Fue entonces cuando decidí limpiar todo aquello con el agua de la ducha. Algunos agujeritos de salida de la alcachofa estaban taponados con cal, por lo que el agua salía por los que estaban libres a mayor presión (según una sencilla consecuencia de las leyes de la mecánica de fluidos). Esa presión creó unas corrientes de aire que formaron vórtices y turbulencias dentro de las paredes curvas de la bañera. Pude ver, horrorizado, como todo aquel vello recién cortado se levantaba hacia mí, flotando en espiral, y me cubría entero. Pensé que aquello era un momento del todo trágico, en el sentido clásico de tragedia, esas obras en las que el héroe se enfrenta a su Destino para acabar invariablemente aplastado por él. Algo del todo poético…

Ya que lo menciona hablemos de poesía, con perdón...

Ay, la poesía, qué será eso… Se trata de una de esas palabras como arte o amor que se refieren a un montón de cosas diferentes. Pero somos tan vagos y tan imprecisos que nos conformamos con tener estas palabras comodín, cajones de sastre que sirven para todo. He visto tantas cosas por ahí cuyos autores reclamaban como poesía… A veces un tipo se tira un pedo y dice que es poesía. Así de simple. Y luego hay tantas otras cosas que ocurren espontáneamente en el mundo y que son tan poéticas, aún sin saber qué significa esto... Y los libros de poesía, que son artefactos que nunca he logrado comprender –y mira que los he estudiado y observado minuciosamente. ¿Cómo se leen? ¿Del tirón? ¿A poemas sueltos? ¿Sentado en el váter? ¿Se acaban alguna vez de leer o se pueden leer para siempre? ¿Cuánto tiempo tarda en hacer efecto un poema? Todo son preguntas. Tal vez eso sea la poesía, esa pregunta.

Hablando de hacer efecto, a usted muchas veces le han puesto el sambenito de ebrio ilustre, ¿es cierto lo que cuentan?

Bueno, ya sabe usted como funciona esto (risas), cría fama y échate a dormir. Además con la edad uno va dejando un poco esas alegrías. De todas formas, a la ebriedad hay que reivindicarla en todas sus formas y como un derecho, como en ese libro que ha salido ahora, y defenderla contra las continuas sospechas de inmoralidad que levanta. Qué hubiera sido del hombre sin ese descanso y esa inspiración que dan las cosas psicoactivas, el mundo sería sin duda un lugar más gris. Por otro lado la resaca es una gran enseñanza para la vida, eso es innegable, quien ha pasado por muchas lo sabe. Se convertirá en una persona mucho más curtida y razonable. Y cuánta gente así hace falta hoy en día ¿verdad?, en medio de tanta barbarie.

¿A qué barbarie se refiere?

Pues a todo tipo de barbarie, casi me refiero a la Barbarie con mayúsculas, a la Idea platónica de la Barbarie. Pero para concretar y para no volver a hablar de las guerras, el hambre, la directiva de retorno de inmigrantes, las hipotecas subprime o el nacionalismo, mencionaré dos cosas que me preocupan en éste, nuestro país: Una, la ignominia musical que campa a sus anchas en las teles y radios comerciales, esa música vacua y frívola nacida del laboratorio de las grandes discográficas y especialmente diseñada para triunfar. Y que acaba triunfando porque el público patrio es lerdo y carente de cualquier tipo de inquietud, a diferencia de muchos lugares allende nuestras fronteras, traga con lo que sea, con lo que le echen, con lo que salga en los realitys, como si un científico loco manipulara nuestras conciencias ciudadanas. Y dos, el analfabetismo científico de esta suciedad, que todavía piensa que la Ciencia es una cosa abstrusa y separada del resto de la cultura, sin darse cuenta de la influencia que tiene y ha tenido en todo tipo de asuntos políticos, históricos, culturales, étc. Porque todo está interrelacionado, como usted bien sabe, incluso la ciencia con el resto del mundo. Analfabetismo, además, que nos mantiene en un nivel de pensamiento precientífico y supersticioso –más propio del s. XVI- y que nos hace víctimas crédulas de esoterismos chuscos, de bífidus activos y de omega treses. Un escándalo, oiga.

Se queja usted como una vieja.

Ya ve, al final uno acaba pareciéndose a su mayor enemigo. Es todo tan triste. Y ahora, le dejo, me voy primero a misa y luego a merendar a una confitería.

sábado, junio 21, 2008

Otra vez



Vuelvo a Oviedo y pienso que la literatura es siempre lo último. Por eso cuando el autobusero pone un estúpido film a la altura de Zamora, todo el pasaje cierra al tiempo sus best seller y se engancha a la pantalla. Leemos cuando viajamos en metro y no tenemos compañía, leemos cuando en el chiringuito de la piscina no ponen el Tour de Francia, leemos mientras esperamos nuestro turno en el centro de salud, cagados de miedo. Cuando no hay tele, cine, cerveza, sexo, crucigramas, trabajo, porno, prensa rosa, ipod, sueño, alma, vida, amor, entonces leemos. Cuando se acaba el día y no podemos dormir, leemos porque leer nos da sueño. La literatura siempre al final. Por qué no iba a ser de otra manera.

Pero yo no soy de esos, así que aprovecharé algo de mi prime time en Oviedo leyendo. Por lo demás aquí las cosas siguen como siempre, excepto alguna boutique que ha cerrado y algún bar que ha abierto. Me siento conmovido y emocionado como siempre que uno vuelve a su ciudad natal, y me siento también sorprendido de que nunca desaparezca este sentimiento, de que no se pueda volver aquí con rutina y normalidad, sin tener que hacer un repaso de la vida hasta este punto, como si unos días en esta ciudad y en esta casa tuvieran que ser necesariamente un momento de paro y reflexión.

Vetusta sigue como siempre la han descrito. La gente se encuentra a conocidos cada dos pasos –así es difícil caminar y esto alarga los trayectos como si la ciudad fuera más grande-, la gente busca a la gente con la mirada dentro de los bares, la gente se sonríe y luego masculla y se critica por la espalda. De mi generación ya no queda casi nadie, a veces, ya lo dije alguna vez, esto parece el escenario donde transcurrieron aquellos años, pero un escenario vacío. Ésta noche reuniré a algunos de los resistentes que todavía se empeñan en vivir en esta tierra que nos ha escupido a todos y celebraremos una fiesta en cada calle. Bravo.
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En la imagen el Autor se hace el Sueco.
(Ningún bigote ha sido maltratado para la realización de la foto).

viernes, junio 13, 2008

Me voy a morir de tanto amor
pero también de tanto escombro
cuando la ruina es mayor que los recuerdos
y sufre el tiempo de doblarse
sobre la vertebra del tiempo
que no es nada al fin y al cabo
y es lo mismo,

la hélice espiral que se retuerce
tantas noches
cuando vuelvo de la mano
de las cosas que se compran por ahí
-en la Gran Vía
en sus esquinas
a los chinos
o a otra gente
malcarada-
y es todo fácil, muy sencillo,
cuando tienes un billete retorcido
y venden todo lo que es bueno y necesario,
a buen precio, por las calles clandestinas.

Me voy a morir de tanto amor
en noches como estas
cuando estoy solo y amo a la sombra
y se me curvan los huesos
en torno a este silencio
que no es nada y es tan denso.

Me retuerzo entre las sábanas
formo una cueva con mi cuerpo
por ver si dentro crece algo
pero solo vuelve lo que está muerto.

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Txe Peligro en Las Afinidades Electivas esta semana. Pinchen y Comenten. Pasen y Lean.

sábado, junio 07, 2008

Yo, mi yo poético
haciendo abalorios la luz
del dia que ya llegó

y tú, fulminada
saltando del humo al espejo
dándole vueltas a un No

tú, mi tú poético
asomada a una ventana
con buenas vistas al mal

Yo, me corto y me rajo
me tapo bien con la sábana
y trato de aterrizar

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Esta semana Txe Peligro en Las Afinidades Electivas

lunes, mayo 26, 2008

Tu niña

Ahora tu niña esta cogiendo los 50 euros que hay sobre la mesita de noche. Los guarda en la cartera y enciende la luz de la lámpara después de apagar la del techo. La luz amarillenta atraviesa el cuarto y el viejo, sentado en la cama matrimonial, se quita la camisa, botón por botón, con ciertas dificultades. Está borracho y casi no puede hacerlo solo. Cuando eligió a tu niña entre las demás compañeras ya estaba visiblemente borracho. Fue un error, piensa tu niña, ofrecerle otra copa al llegar al piso. Pero eso promete el anuncio.

Ahora tu niña retira el prepucio del viejo. No está sucio del todo, aún así tu niña le obliga a sentarse en el bidet. Él se tambalea. ¿Dónde estuviste cariño? No sé, por ahí, en algún bar. Dice, no me toques tanto la polla, eso es un truco de putas. Y tiene razón, si le haces media paja mientras se la limpias se correrá antes. Aunque está tan borracho que no se correrá, piensa tu niña, mientras rodea con su mano enjabonada el miembro del viejo.

Al menos tu niña no está en la calle, apoyada en un arbolito, casi desnuda. Hay mucho peligros en las noches, en las calles. Aquí sus clientes usan americana. Y pantalones de pinzas, que tu niña les quita cuidadosamente antes de introducirse su pene en la boca. Cuando el viejo se tumba en la cama –más que tumbarse se arroja como un peso muerto- tu niña se la sigue mamando. No es suficiente, porque es viernes y Amador –que así dice que se llama, qué ironía-, viene puesto de coca. Entonces tu niña le dice lindezas, guarradas susurradas al oído, deseando que llene su boca cuanto antes, deseando acabar pronto.

Como el viejo se da cuenta de la situación, de su incapacidad para el sexo, trata de conversar con tu niña, como en las películas. Se sienten mejor cuando las tratan como a personas, se sienten mejor pensando que son Richard Gere. Tu niña lo ha visto muchas veces. Pero tu niña ya ha cobrado mucho conversar, y sabe que, al final, se la acabaran metiendo en cualquier lado. Con un extra en la tarifa, eso sí, que no sale en el anuncio del periódico.

Cuando el viejo se recompone –solo necesitaba un instante- muerde en el cuello a tu niña, la ensarta con su polla enhiesta. Ella –tu niña- muerde el vello negro de su pecho y, cuando le da la vuelta –ponte así-, muerde la almohada. Se la folla por todas partes, como un héroe épico, tu niña gime y grita, le dice te quiero – y tú la quisiste como solo una vez, a una persona, se quiere en la vida-, pero todo es mentira. Siente el peso del cuerpo de Amador, ejecutivo de un banco nacional, hundiendo su cuerpo en el colchón. Siente su embestidas y el ruido tan feo que hacen dos cuerpos al amarse, sus muslos chocando contra su culo, periódicamente. Al final el viejo, que ha visto mucho porno, obliga a tu niña a ponerse de rodillas sobre la moqueta sucia de semen reseco –la limpian una vez al año. Tu niña pone cara lasciva, le dice córrete en mi boca, en su glande hay restos de lubricante y de heces. Tu niña recibe la mayor parte de la carga en la boca, aunque un poco en el ojo, lo que le impide ver bien durante un rato. Has estado fantástico, vuelve algún día de estos, le dice tu niña al viejo, ya apaciguado, después de darle dos besos en la puerta la habitación que tiene asignada.

Cuando tu niña vuelve te encuentra tumbado en la cama, iluminado por la lámpara de la mesita de noche, tratando de leer un best seller del que no leíste ni una línea. Es tarde, casi amanece, y has pasado la noche insomne, viendo al viejo, que tal vez no exista, su vello pectoral, su semen en los labios que ahora besas, todo dentro de tu cabeza. Vivís en un cuarto sin baño, en una corrala, hace falta dinero. Tu niña sonríe cuando entra –su sonrisa limpia y perfecta - pero sus ojos, sus ojos. Tú tambien le sonríes –pero tus ojos- y preguntas ¿cómo ha ido? Y luego te arrepientes de preguntar algo que no deseas saber. Y tu niña dice bien, como siempre, y se tiende junto a ti y te abraza, y después de un rato, en la oscuridad y el silencio, dice, esto pasará pronto y tú, agarrando su pelo, su nuca, su cuerpo entero, le dices, esto tiene que pasar. Y entonces ella se incorpora y te sonríe como sonríe una madre. Y hay un abismo, pero tu nariz se pierde en su cuello y huele a jabón y a frutas frescas, como siempre que se ha duchado antes de volver y está cansada, y quiere amanecer pero se queda la noche.

miércoles, mayo 21, 2008

¿Quién es ese hombre?

Es ese poder de barrio. Esa humildad aún cuando sabes que un edificio con tres escaleras y pasillos forrados de madera y apliques y cuadros feos de caza, depende de ti.

Me enigma ese señor que se sienta abajo, en la portería. Le veo por las mañana cuando salgo y le digo hola y él me dice –alegremente- buenos días. Y yo me siento un poco mal por haber dicho solo hola y no buenos días, porque, de alguna manera, me parece que buenos días es un poco mejor que hola, porque en el hola solo hay un saludo, pero en el buenos días también hay, además del saludo, un buen deseo, para ti y para todo el día. Anyway, como salgo medio dormido, preocupado por colocar mis pelos locos en su correcto lugar delante del espejo grande del portal, nunca me acuerdo de decirle buenos días, y le digo siempre hola. En el camino al metro me remuerde la conciencia.

Debería hacerme su amigo, pienso a veces, pero siempre está muy ocupado. Al alba limpia todos los espacios comunes y al atardecer llena esos ominosos cubos de basura, unos negros, para materia orgánica, y otros, amarillos, para envases. Y cuando no hace eso esta activando ese fantabuloso mecanismo robótico que sube y baja sillas de ruedas por las escaleras, con señores sentados encima. O ocupado atendiendo, siempre con una sonrisa, a las cientos de miles de Señoras que viven en esta Comunidad y que siempre se quejan, como todas las Señoras, por algo. Y que le tratan de usted. Un día me dijeron que quitase mi cenicero del alféizar –bonita palabra, por cierto- de mi ventana por miedo a que se cayese al patio y provocase un inopinado incendio. Por si se incendiaban las baldosas, vamos. Pero no me lo dijeron a mí, sino a mi compi de piso que me lo transmitió amablemente, de tal manera que no tuve ocasión de entablar conversación con el portero. Dicen, aún así, que es un buen tipo y que presta la herramienta.


Richard Feynman, premio Nobel de Física por sus avances en la electrodinámica cuántica –los muy útiles Diagramas de Feynman de los que nunca hablaré aquí, o sí, o tal vez- cuenta en sus cachondas memorias cómo admiraba a los trabajadores de a pie, los mecánicos, los carpinteros, los albañiles, esa gente con trabajos manuales y laboriosos que parecen no contribuir al progreso intelectual de la humanidad pero que permiten que la vida, tal y como la conocemos, tenga lugar. A mí me pasa con mi portero, me da la impresión, ya digo, de que si él faltase, se desataría el caos en el sitio donde vivimos. Habría inundaciones, terremotos y huracanes, referéndums, primarias y periodistas del corazón. Las señoras comenzarían a tirarse por los balcones para quedar artísticamente estampadas contra la acera y los coches chocarían frontalmente en la calzada, frente al portal. Todo el barrio se lanzaría a la huelga salvaje, los tanques a la calle, subiría el nivel del mar. La Tierra se saldría de su órbita y el universo perecería engullido por un agujero negro supermasivo. Menos mal que él siempre está ahí.

Cuando vuelvo, ya tarde, el portero lee la prensa gratuita en su pequeño mostrador, después de un duro día de trabajo. A veces he fantaseado traerle El País de El País, que es de donde vengo, para que no lea siempre la Gaceta de Arganzuela o el diario Latino y para que no sea un portero malinformado o desinformado o mediatizado o lo que sea, que cualquier cosa la puede pasar a un portero cuando lee prensa gratuita -que se han visto casos muy raros. Pero, como siempre, nunca lo hago. Ay de mí.

miércoles, mayo 14, 2008

Un sueño manchego

Se veía el puente de Brooklyn. Su estructura iluminada en mitad de la noche neoyorkina. Detrás, el skyline: todos esos edificios legendarios perlados de luces, el Chrysler, el Empire State Building e incluso la Torres Gemelas que aún no habían caído. Era hermoso. Un hermoso póster que había colgado en la caseta de Rodrigo, donde pasábamos las tardes huyendo del calor que asfixiaba La Mancha aquel verano. Al lado del póster, por el ventanuco, se veía el terreno árido, amarillento y un árbol desnudo, seco y solitario sobre el que el sol caía a plomo. Nos tirábamos, a eso de las cuatro, en el sofá destartalado que allí había, con el torso desnudo cubierto de sudor y dormitábamos contemplando Nueva York. En silencio. Por si el sopor no fuera poco, aquel día Rodrigo empezó a liarse un porro. Yo saqué una botella de agua bien fría de la nevera de playa que teníamos en la caseta y volví al sofá. Tendríamos que viajar a Nueva York, dije tras dar un trago a la botella. Rodrigo, sentado a mi lado, casi tumbado, asintió levemente concentrado en el canuto. Luego buscó una boquilla dentro del paquete de tabaco. Ver todo aquello, continué. ¿Sabes?, en la zona central de Manhattan las calles forman cuadriculas perfectas y están numeradas en orden. Además hay grandes avenidas que recorren la isla de norte a sur. La quinta avenida ¿te suena?, la de las películas, esa divide la isla entre este y oeste. Es casi imposible perderse. Rodrigo se incorporó para encender el porro. Dio una buena calada. No empieces otra vez con lo de Nueva York, dijo, voy a acabar quitando ese puto póster de ahí. Callé un rato mientras el humo comenzaba a flotar frente a mis narices. Pero eso no es lo mejor –hablé de nuevo- lo mejor es que hay una calle, Broadway, que, entre todo ese orden, recorre la isla en diagonal, cortando todas las calles y avenidas ortogonales. Se dice ortogonal ¿no? Qué locura. Tal vez por eso sea la calle de los teatros y los musicales. Mira tío, dijo Rodrigo, ni tú ni yo vamos a ir nunca a Nueva York, al menos por el momento. Con tu trabajo en el taller y yo trabajando en el campo no creo que podamos pagarnos un viaje. El padre de Rodrigo había muerto hace poco y ahora él se ocupaba enteramente de los terrenos familiares, de los que malvivía cultivando ajos y berenjenas. Quizás tú vayas algún día, dijo, eres mecánico y coches averiados hay en todas partes. Pero yo estoy atado a mis tierras, tengo que alimentar a mi madre y a mi hermana. Mi vida va torcida, como la calle rara esa de la que hablas. Rodrigo me pasó el porro, sus manos estaban curtidas y su piel enrojecida por el sol. Me repantigué en el sofá, con el porro entre los labios. Qué se yo, dije, tal vez las cosas cambien algún día para bien. Rodrigo necesitaba ánimos. Lo de su padre había ocurrido hacía tan solo un mes. A su muerte la familia ya estaba en la ruina. No pudieron ni costearle un entierro digno. El dueño de la funeraria, un hijodeputa, no quiso ceder, pedía demasiado dinero. Al menos le dio la oportunidad de hacérselo él mismo. Tuvo que cavar la tumba de su padre con sus propias manos. Yo le ayudé. Estuvimos horas dándole a la pala. Acabamos exhaustos. Cuando le quise devolver el porro a Rodrigo, ya se había quedado dormido. La cabeza se le había caído hacia un lado. Dejé el porro en el cenicero. Miré el árbol seco encuadrado en la ventana. Parecía que la luz lo iba a aplastar. Miré después las luces que adornaban el puente de Brooklyn. El Skyline detrás. Iremos algún día, pensé. En esa tierra crecen las oportunidades en vez de las hortalizas. Entonces todavía creíamos en esas cosas.

viernes, mayo 09, 2008

Algunas certezas

Me hicieron, al principio, buscar la verdad en las iglesias. Hallé la luz lóbrega de los confesionarios. Las manos húmedas de los párrocos y sus sonrisas perversas. El olor a humedad, a madera rancia. Solo había allí oscuridad y silencio.

Me ocupé durante un tiempo de los números. Inmerso en álgebras extrañas y geometrías curvas aprendí más cómos que por qués. Había muchas leyes y principios, teoremas, postulados, que decían cómo son las cosas cuando son. Cuando miré debajo de ellos, cuando ya más me deslumbraban, encontré amontonados más enigmas.

La palabras, me dije, serían la clave. Retorcí las palabras a mi antojo. Permití que brillaran un instante y luego deje que se apagaran. Las lancé sobre el mundo como redes, pero todo se escapaba. La palabras resultaron esquivas y embusteras. Parecía que servían para mucho y no servían para nada, engañaban a la mente con supuestos problemas filosóficos donde solo había enredos del lenguaje.

Finalmente comprendí que no había nada que buscar para entenderlo todo. Solo mirar con un ojo que está detrás de los dos ojos. Una anciana se derrumba tras chocar con un bordillo. Una hoja que cae en el otoño. Una esquina de las bragas que se esconde entre las nalgas. La silueta de un pájaro que se pierde en el crepúsculo. La sonrisa atontada de un amigo. Esas fueron mis certezas.

lunes, mayo 05, 2008

De viaje

No me sirven los viajes rápidos y cómodos, con reparto de caramelos y regalo a fin de trayecto: el viaje ha de ser duro, largo, doloroso, por eso es preciso viajar en autobús de línea y no en tren de alta velocidad o avión, hay que sufrir las estrecheces, el dolor de espalda, el tedioso paso del paisaje más allá de la ventana, las horribles películas que proyectan. De nada sirve tomar el AVE y llegar a Sevilla en dos horas, o en tres a Barcelona, eso es como no haber salido de casa, no significan nada los viajes rápidos, las tardes de museos, las visitas a los rincones más típicos de la ciudad visitada. Todo viaje exterior es también un viaje interior, una catarsis, un nuevo nacimiento, por eso hay que viajar como quien es alumbrado en el parto, como quien es arrancado dolorosamente de un lugar y es arrojado a otro. Para que sirva, para que el viaje sea viaje, tiene que ser un trauma que se sublima, una heroica hazaña, una Odisea con parada en cada estación de servicio, en cada bar de carretera, comiendo bocadillos de tortilla, oyendo los cantos de sirena ardiendo bajo el sol vertical del verano, muy poco a poco, a bordo de un coche viejo y caliente. Para lo demás es preferible viajar sin salir de la cama, oculto bajo la sábana, en la penumbra amarilla, o hacer viajes astrales en los baños de los bares.

lunes, abril 28, 2008

Consufión

Es extraño. El tropecé otro día un bordillo contra de la acera y me la contra el suelo cabeza golpeé. Entonces desde ha se trastocado dentro algo de mi. Como si neuronales conexiones mis hubieran se redispuesto otra de manera. Lo todo diferente veo según lógica una nueva. Embargo sin, más veo claro lo todo .

lunes, abril 21, 2008

El Amor

Te recuerdo en aquella terraza nocturna en Malasaña, cuando me di cuenta, como un destello que llegaba, que lo único que me importaba en el mundo eras tú. Bella y destructora, cuando nos echamos a andar de la mano, volviendo a casa, le dimos una buena paliza –era tan fácil- a aquel sin techo que pedía algo para la pensión, pero que mentía. Amé tus puños de leche, tan infantiles, golpeando sus mejillas roñosas sin mostrar ninguna piedad, pero amé más tus botas cuando su cabeza retumbaba contra el portal, en aquella calle vacía y de piedra, iluminada por farolas amarillas que tendían una luz tan propicia para que nos quisiéramos los dos. Era una de las primeras cosas que hacíamos juntos, tal vez la primera, y era hermoso compartir contigo la sangre que fluía y manchaba nuestros cuerpos, la excitación morbosa de actuar sobre el mundo a tu lado, la precisa coreografía de golpes que, sin haberlo nunca planeado, parecía acompasar cada patada, cada insulto, cada flema que iba a parar a su rostro, como si tú y yo, amor mío, lo hubiésemos calculado de antemano o como si hubiésemos sido, de algun modo, predestinados. Y aquel tipo que tosía y que gemía tan borracho y tan barbudo y derrotado a nuestros pies, y que era la parte sucia del mundo que pretendíamos olvidar, porque lo nuestro era la luz total que nos cegaba. Después en casa, mirándonos a los ojos, tan cómplices y cercanos, fundidos en un abrazo como uno solo, nos divertía la idea de poder haberle matado. Lo hicimos después muchas veces más, en muchos callejones perdidos, con gente diferente, pero ya nunca fue lo mismo. Aquello era el Amor, la vez primera, y desde entonces siempre nos preguntábamos dónde se había escondido y por qué había durado tan poco.

Al sin techo tampoco lo volvimos a ver ninguna noche, nunca más, en ninguna calle de nuestro barrio. Y eso era lo más raro.

martes, abril 15, 2008

Y estas ruinas de qué son
cuándo vino el viento a derrumbar la piedra,
el hueso, la molécula, a quebrar lo que se erguía;
qué viento era y quién era entonces el que ahora se dobla,
humillado, en esta cama, en este páramo
con olor a suavizante.
Parecía todo orgullo e insolencia
y un día, de pronto, aparece el descalabro
y no sabemos qué decir o si callarnos resignados.
De quién son estas ruinas de carne y temblor que yacen,
por qué extraño designio dejó de funcionar lo que era sano,
en qué exacto momento, después de cuantas décadas
comienza el declive, la resaca, el hoy no me levanto,
este desorden biológico que cada tarde te doblega
y, saltando el foso, derriba la torre y la membrana de la célula.
Fallan las vísceras pero también falló el aceite hirviendo
y el cerebro, y falta el ánimo para dejar la fortaleza ya sin fuerzas,
ahora que ante noches celebrantes solo hay indiferencia
y no el fervor que tantas veces
nos llevaba a ir sembrado, poco a poco,
este desastre.

jueves, abril 10, 2008

El odio

Lo más importante si decides hacerlo es alimentar el odio. Tienes que recordar una y otra vez, con la minuciosidad del relojero, en cinemascope y technicolor, todas aquellas noches que llegó tarde y borracho, todas las veces que te humilló cuando no tenías razón y erraste, todos los reproches que continuamente, como avispas, conseguía colar dentro de tu cráneo. También todas la veces que, tras prometerte algo con firmeza, acababa olvidándolo o dejándolo pasar o, simplemente, haciendo justo lo contrario. Las mentiras. Esto es lo más importante, es preciso mantener el rencor vivo como una hoguera entre el estómago y el vientre, como una bestia voraz, a ser posible a esa hora de la tarde en la que el sol se cae y la luz es tan propicia para el odio.

Recuerda, por ejemplo, las cantidades ingentes de Mahou Clásica que ingería en botella de litro o las Mahou 5 estrellas que prefería tomar en lata de medio o de 33 centilitros, hasta perder el sentido. La ropa sucia arremolinada en las esquinas de la habitación. La desidia que reinaba siempre, el silencio, la ansiedad que se impregnaba como tinta en el ambiente. Todos los días que, sin ninguna excusa, faltaba a su puesto de trabajo.

Después tienes que hacerte con un arma. Se recomienda una 9 milímetros, ligera y fácil de manejar, elegante. Es posible conseguirla por Internet o tal vez en el mercado negro, sin trámites ni permisos ni ningún tipo de molesto papeleo. Una vez conseguida debes practicar, familiarizarte con su manejo, cargar y descargar el cartucho, quitar y poner el seguro, apuntar certeramente. No estaría de más pasar algunas tardes en algún lugar apartado, en el campo, lejos de ojos y oídos inconvenientes, disparando contra latas vacías o melones. Nada puede fallar, hay que evitar que la situación se te vaya de las manos, cualquier imprevisto o torpeza puede avocarte al más absoluto desastre.

Conviene hacer un seguimiento férreo: controlar sus entradas y salidas a su nuevo piso de Atocha, las horas exactas en las que sale o desaparece en la oscuridad de su portal, saber si va a por el periódico al kiosko, o a la panadería, o a la tienda de los chinos a por algo de beber. Sus turnos de trabajo y sus hábitos de ocio. Tratar de conocer, si es que esto es posible, a qué dedica las horas muertas y fatales de los domingos, los bares que frecuenta en el fin de semana y también dónde toma un par de cañas al salir del trabajo con sus compañeros.

Te hizo mucho daño, no lo olvides, debes recordar siempre esto, repetírtelo como un mantra, como una oración o un poema que se reproduzca como un bucle en tu cabeza. Convencerte hasta lo más profundo de que vas a hacerlo, de que has decidido que eso se acabe de esa manera y no de otra, de que no queda otra solución, pues el destino ha querido que así sea y tú eres solo un instrumento del destino que va a obrar la justicia que el mundo espera. Como si fueras el ejecutor de una ley natural inevitable.

Entonces llega el día en que todo esta ya listo. Has dado de comer tanto a tu odio -cada hora, cada minuto, durante tanto tiempo- que ha crecido sucio y monstruoso y sientes que no cabe dentro de tu cuerpo y se irradia alrededor, como un pequeño fuego que se ha extendido en un incendio. Has conseguido un arma, quién sabe de qué manera, no es tan difícil, y te has habituado a su uso como un experto: manejas la pistola con rapidez y eficacia, la conoces como si fuera un apéndice negro y metálico, y consigues poner la bala justo en el lugar en que deseas. Por lo demás, conoces perfectamente la vida de tu víctima, todos sus movimientos, su horarios, sus hábitos y aficiones, te dices, a veces, que incluso podrías leer sus pensamientos, saber qué siente y por qué en cada momento.

Y cuando decides a llevar a cabo tu plan, ahora que ya estás preparado, un anochecer de bochorno y tedio, te encuentras sentado en la cama de tu cuarto, los pies desnudos en el suelo y toda la ropa sucia formando ovillos por las esquinas. La mesa repleta de litronas y latas de cerveza, la conciencia carcomiéndote por dentro, maldiciendo tu inconstancia y tu irresponsabilidad, reprochándote a ti mismo todos los errores que cometes. Y tus manos, tus manos frías y seguras, introduciendo metódicamente - tal y como habías planeado al milímetro tantos y tantos días de fiebre - el cañón del arma en tu garganta, hasta el fondo, el dedo preparado, apoyado sobre el gatillo dispuesto a realizar el mínimo movimiento que termine. Porque esto es una decisión irrevocable del destino y tu eres solamente un ejecutor que va acabar con todo esto. Acabar con la condena de soportarte a ti mismo.

viernes, abril 04, 2008

El problema del subterráneo

Y no solo los diferentes niveles del metro horadan la tierra bajo nuestros pies, también algunos tramos de las vías de los trenes, de los cercanías, también la red de alcantarillado, también las tuberías para el agua, el alumbrado, los cables de fibra de vidrio, las redes de comunicaciones, los pasos subterráneos para peatones que cruzan calles y autopistas, los faraónicos túneles de la M-30 soterrada y, seguramente, muchas cosas más que desconocemos, que no somos ni siquiera capaces de imaginar, que los de arriba nos ocultan, tal vez complejos industriales nucleares o enormes instalaciones extraterrestres. A veces da la impresión de que hay más espacio vacío ahí debajo que tierra, de que ya ni el suelo es compacto y fiable, y hay gente que tiene miedo, sobre todo las mujeres mayores, las ancianas que siempre desconfían del progreso, yo las he oído, tienen miedo, mucho miedo de esta ciudad agujereada, de que un mal día todo se derrumbe y Madrid amanezca hundido en pozo colosal con todos nosotros dentro.

lunes, marzo 31, 2008

El problema de la vivienda

Como vivo dentro de un buzón de correos, miro el mundo a través de la ranura por la que se introducen las cartas. Mi buzón está en la plaza de Callao, en una esquina, es cilíndrico y amarillo, muy bonito. Dice: Correos. Desde dentro observo a la gente pasar ajetreada, de un lado a otro, constantemente: es una plaza céntrica y bulliciosa. Adentro, en cambio, me siento tranquilo. No me gusta salir mucho, solo de vez en cuando, si me falta el tabaco, por ejemplo. Entonces abro la portezuela y voy rápidamente, sin entretenerme, hasta el estanco que hay justo al lado, en una caseta en la acera. Cuando fumo la gente se extraña de ver salir humo por la ranura, pero en las grandes ciudades siempre ocurren cosas raras, así que después de dudar un poco la gente echa su correspondencia y trata de olvidar el suceso, como se olvidan todas las cosas inexplicables. Las cartas, yo las corrijo. Es a lo que me dedico, principalmente. Después de tanto años aquí domino el género epistolar. Aunque ahora, con el email, lo que más se envía son documentos o fotocopias de documentos o impresos o cartas oficiales. Hay poco correo personal, pero ese es el que yo corrijo. Las cartas de amor –que suelen ser patéticas-, las postales que van al extranjero, las largas misivas que se cruzan los viejos amigos... De alguna manera esta es mi contribución a la sociedad, que me ha dado tanto. A eso de las cinco de la tarde viene el cartero, Paco o Ramiro, depende. Los dos son majos. Golpean la portezuela con los nudillos y yo abro, buenas tardes, dicen, cómo va. Les digo que bien, que como siempre y les entrego las cartas ordenadas y corregidas. Ellos lo agradecen, y espero que también lo agradezcan el remitente y el receptor. Después descanso hasta el día siguiente. Y así es mi vida. No existen problemas con la vivienda, es una mentira propagada por cuatro vagos iluminados. Lo que hay, en cambio, son personas torpes y sin recursos.

miércoles, marzo 26, 2008

El problema de la inducción

Cuando Alberto Villanueva elevó la pelota dispuesto a realizar el saque, la pelota se quedó suspendida en el aire, en lo más alto de su trayectoria. A dos metros diez, la esfera amarillo chillón recortada contra el cielo blanco. Hacía frío. Al otro lado de la red, Garrido gritó hostia, soltó su raqueta y echó a correr hacia Alberto, hasta que, viendo la cara que ponía Alberto, se volvió y vio la raqueta que había arrojado suspendida en el aire a medio metro del suelo. Se acercó de nuevo a recogerla y comprobó horrorizado que ahora era su propio cuerpo el que se elevaba a cada paso, como si hubiese una escalera invisible imbricada en el aire, y ahora, en el camino hacia la raqueta antigravitatoria, se había elevado ya más de un metro, más de dos, y la raqueta permanecía allá abajo, a tan solo medio metro del suelo, ya inalcanzable. Alberto reaccionó de la misma manera y corrió hacia la parte de la cancha donde Garrido se había elevado, elevándose él también a cada paso, de la misma manera. Me miraron entonces desde allá arriba, cada vez más altos, entre alucinados y desesperados, esto es imposible, dijeron, imposible. Yo, detrás de la verja verde de retícula diagonal típica de las pistas de tenis, casi no podía contener la risa. No hay nada imposible, les dije. El problema es que esperáis del futuro lo mismo que os ofreció el pasado, pero cualquier día las cosas pueden cambiar. Mañana puede, por ejemplo, no salir el Sol.

(Os pasa como a aquel pavo inductivista del que habló Bertrand Russel: pensaba –si es que los pavos piensan- que le iban a alimentar todos los días hasta la Eternidad, ya que cada día le daban de comer. Hasta que llegó el Día de Acción de Gracias y en vez de cebarle, le cortaron el cuello. Según este argumento el conocimiento solo se puede falsar, nunca verificar.)

Pero creo que esto último ya no lo escucharon, estaban demasiado lejos, demasiado alto. Se perdían allá arriba, ya casi invisibles, como un globo de helio extraviado en la inmensidad del cielo.

viernes, marzo 21, 2008

BCN 1



1. Una mañana, al poco de llegar, explotó un primer piso entero en La Verdana, a pocas manzanas de donde nos hospedábamos. Al parecer una mujer enajenada se inmoló ante una mínima subida de alquiler que le había impuesto la propietaria del inmueble, que era su propia hermana. En la deflagración se llevó la vida de dos jóvenes que vivían en el piso adyacente con sus padres. Pensé esa mañana que esa mujer extrema bien podría haberse tratado de la vecina de Nacho, que amablemente nos cedió su casa para pernoctar, y que esos cuerpos carbonizados bien podrían haber sido los nuestros. Hubiera sido una extraña suerte, llegar de vacaciones y morir absurdamente, como cuando, a altas horas de la noche y tras haber tropezado un par de veces, lanzas el dardo y consigues, a pesar del alcohol y para asombro de todos, clavar el proyectil, aun temblando, en el centro de la diana.



2. Barcelona es una de esas ciudades con un mar al que, en cierta medida, le da la espalda. Muchas otras, como Bilbao, La Coruña o Gijón, hacen del paseo marítimo, la playa, el centro y eje principal de la ciudad; en cambio, Barcelona, como Lisboa, parece tener un centro urbano ajeno a las olas y a la sal, tal vez porque lo que está en el centro de la urbe no es la playa sino el puerto. Aún así los edificios barceloneses tienen ese aspecto ajado de brisa, como sucio, que solo presentan las ciudades costeras y que les confiere un aspecto decadente y hermoso. En Barcelona la arquitectura y el urbanismo son cosas de lo más importante - tanto que al lado de mi casa había un formidable puente de Calatrava construido únicamente para salvar unas tímidas vías del cercanías-, así que disfruté de largos paseos admirando los amplios espacios del Paseo de Gracia y Plaza Cataluña, el laberinto de piedra del Barrio Gótico, el ambiente portuario de La Barceloneta, La Ramblas, Gaudí y el modernismo, y todas las estructuras tan arquitectónicamente arquitectónicas que encontré por doquier. También de El Raval, claro está, del que me habían hablado como un alter ego barcelonés de mi querido Lavapiés. Me sorprendió, aún así, encontrar pocas coincidencias entre ambos barrios, exceptuando la presencia extranjera (comimos en un hindú cutre y maravilloso): el urbanismo del Raval se aleja mucho de ser el pueblecito que semeja Lavapiés, los locales cool comienzan a poblar su geografía y las calles de la prostitución, varias, sucias, sin apenas luz y con unas trabajadoras bastante siniestras, hacen que las calles Montera o Ballesta de Madrid parezcan Disneylandia. Ahora para limpiar la zona los que mandan han construido dos centros de arte moderno que visité con deleite: el Macba y el CCCB, -si quieren desgranar las siglas, googleenlas-. Es como si dando una inyección de cultura contemporánea fueran a espantar a los demonios del Raval, a purgar la zona de miserias e indeseables. Felizmente no lo consiguen -porque yo entre el arte y la vida, elijo la vida- así que delante de tan vanguardistas centros se puede ver jugar a niños de todos los colores, esperar a las lumis, pasar el rato a los inmigrantes desempleados agarrados a sus litronas o admirar las cabriolas de los skaters que allí matan la tarde entre porro y hostiazo. Como dijo Guy Debord: el arte que no promete la felicidad merece ser destruido.



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En la imagen Txe Peligro en el puerto de BCN. Photo by Esther after an Author's idea.

martes, marzo 11, 2008

Fragmento

Es una imagen en blanco y negro de un joven vestido con uniforme de soldado cogiendo por los brazos a una chica rubia de rostro angelical con el pelo recogido en un moño. Ella tiene los ojos húmedos y están uno enfrente del otro, muy cerca.
- Billie Joe –dice ella- por favor ten cuidado, ten mucho cuidado.
- No te preocupes Ann –dice él-, voy a defender a nuestro país y luego volveré para formar una familia junto a ti.
Él la besa y después ambos se funden en un abrazo. El plano también se funde en negro y aparece, junto con una música entre alegre y populachera, la imagen del joven soldado sentado en lo que parece ser una trinchera, escribiendo en un papel roñoso. Tiene algunas magulladuras en la cara y el uniforme no está tan reluciente como en la escena anterior.
- Ey, Billie Joe, - dice un soldado corpulento y bonachón- deja de escribir de una vez y ven con nosotros a beber un trago.
- No, gracias chicos, -dice Billie Joe- me uniré a vosotros en un rato.
- Ese soldado parece estar muy enamorado –dice otro más delgado en medio de una carcajada-, venga dejémosle con sus cartas de amor y vamos a por esas botellas –el resto también ríe.

Ellos se van a por esas botellas, yo dejo el vaso de ginebra y estiro el brazo para coger el mando a distancia que está sobre la mesa. Cambio de canal. Ahora Chuck Norris y una mujer de melena platino vestida de profesora de aeróbic me explican los beneficios del Abdominazer. Con solo diez minutos de ejercicio al día puedo conseguir un vientre plano y definido como el de los modelos sonrientes que aparecen ahora posando al borde de una piscina soleada.
- Es increíble -dice Chuck Norris.
- Y eso no es todo, Chuck –dice la profesora de gimnasia- lo realmente increíble es que si llaman ahora recibirán como regalo, completamente gratis, un video con los mejores ejercicios para mejorar nuestro abdomen. Y además este par de mancuernas para conseguir unos bíceps tonificados. Apago el televisor y me quedo sentado en la penumbra del salón. Me sirvo otro vaso de ginebra y enciendo un cigarrillo. Tras expulsar el humo de la primera calada, que se dispersa lentamente atravesado por la luz de la lámpara, pienso: lo increíble es que esto haya pasado. Lo realmente increíble es que te hayas ido y yo esté aquí tragando telebasura. Y que el Abdominazer pueda guardarse cómodamente debajo de la cama sin ocupar nada de espacio.

viernes, marzo 07, 2008

Txe y yo (homenaje a Borges y a mi)

Al otro, a Txe, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Madrid y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar a un homeless en un portal o una puta del Este. De Txe tengo noticias por email y veo su nombre en una carta del banco o en una revista poética que nadie lee. Le gustan las primaveras que nacen a destiempo, los libros raros (como todos), la música electrónica, el efecto de la cerveza en laborables, la filosofía de wittgenstein y dormir horas de más. El otro comparte esas preferencias pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor; sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil, yo vivo, yo me dejo vivir para que Txe pueda tramar su literatura, y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertos versos válidos, pero esos versos no me pueden salvar quizás porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme definitivamente, y solo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Txe, no en mi (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus textos que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Txe ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe este post.

lunes, marzo 03, 2008

Grace

Esta tarde he pasado, de casualidad, por delante de Caballero de Gracia número 33, metro Iglesia. Es un edificio normal, con un portal normal en el que entra y sale gente normal. Un edificio como cualquier otro. Pero ahí, en ese segundo piso que ahora tiene las persianas bajadas, vivieron durante algún tiempo Alejandra y Virginia. Es curiosa la indiferencia de las ciudades al paso de las personas: nacemos, vivimos en su seno, nos cambiamos de una casa a otra o de una ciudad a otra y, al final, nos morimos. Pero ahí quedan alzados el cemento y el metal, el cristal y el hormigón, impasibles, mudos y orgullosos, durante siglos; y siempre hay alguien que viene y ocupa el espacio que alguien deja, pone sus muebles, su ropa, sus posters, sus desgracias y triunfos en las paredes vacías, en una rueda frenética y eterna. Pero mientras vivimos también existe la memoria, así que este edificio no es un edificio normal cuando yo lo miro, porque este barrio tan frío y ajeno fue para mí, en aquel tiempo cuando nada importaba y todo brillaba y se compartía, otra parte de mi hogar que sentía como propia. Y me gustaba recorrer estas calles –que eran mías- algunas noches de camino a las frecuentes cenas que Alejandra y Virginia celebraban y donde estábamos todos comiendo tortilla y pasta preparados para salir a la aventura electrónica de cada noche, o volver errático a mi cama de las fiestas afterhours que llenaban aquel pequeño piso oscuro, los domingos más soleados del verano de la vida, de decenas de náufragos de la noche, camellos, carteristas, exsoldados y presidiarias, para la desesperación del vecindario y nuestro gozo y alborozo psicotrópico. Alejandra y Virginia vivieron en otros lugares después y compartieron piso conmigo en Delicias pero ya se han vuelto, después de un puñado de años, a la Sevilla de la que un buen día salieron. Dicen al otro lado del teléfono que ahora viven en una casita de tres pisos, grande y luminosa, con una gran claraboya, que debo ir algún día a conocer. Aquí quedamos algunos –pocos- que aún las recuerdan, haciendo que todavía permanezca algo de ellas en esta ciudad loca, brutal, tan fascinante, y permitiendo que su estancia aquí no haya sido en vano, al menos por el momento. Como ésta tarde, cuando, por casualidad, pasé frente Caballero de Gracia número 33, y las imaginé asomadas al balcón, disfrazadas y borrachas, como si el tiempo no existiera o solo fuera una ilusión. Todavía queda el hueco.

Después volví a casa caminado por aquellas calles tan extrañas y el centro de la Castellana. Eran las ocho menos cuarto y empezaba a oscurecer.

lunes, febrero 25, 2008

Bonsais

Y de pronto te das cuenta de que habías sido carcomido por la poesía, y que los pliegues de tu cerebro se habían llenado de la mugre de los versos, de su música y su ritmo. Así que hagamos el esfuerzo, qué coño, y volvamos a la vida –tan prosaica-, volvamos a tomar tierra y volvamos a tocar el suelo con las palmas de las manos, como un perro, un sabueso.

Ayer estuve viendo bonsáis, los bonsáis que Felipe González donó al Jardín Botánico, bajo una lluvia que no era lluvia sino la mansa suspensión de miles de millones de partículas de agua en el aire gris que tuvimos este domingo. Las explicaciones del experto amigo R. nos revelaron todos los misterios de estos arbolitos que, de otra manera, no hubieran suscitado tanto interés en mí. Y es que es fascinante, sí, es fascinante, cómo la mano humana encuentra árboles que no tuvieron las condiciones satisfactorias para desarrollarse correctamente, o que son arrancados de su lugar cuando aún son jóvenes para trasplantarlos a esas diminutas macetas donde se les guía con alambres o se les hace extender sus raíces alrededor de rocas, o se moldea su madera con un taladro, hasta que el árbol, la naturaleza, parece comprender su nuevo destino y empieza a crías hojas también diminutas y flores diminutas y aunque la corteza siga envejeciendo hasta darle la imagen de un árbol centenario, apenas supera el metro de altura. Este es un trabajo delicado y concienzudo, como casi todos los que emergen de la cultura milenaria del Japón, como los jardines zen, el ikebana, los haikus o los pequeños pies de las geishas después de años de vendajes. La cultura japonesa es la cultura del trazo mínimo, de lo sutil, de la mente en blanco, del gesto furtivo, en definitiva, del silencio. Porque lo que rodea a un bonsái es el silencio que genera su pequeñez, el no haber crecido, de igual manera que el silencio rodeaba a González cuando, atento a sus cientos de bonsáis, se acabó enterando por la prensa del caso de los GAL y otros corruptelas. Ahora creo –me han dicho- que el expresidente se dedica a la bisutería.

Oigamos ésta noche, pues, el ruido atronador alrededor de El Debate. Que disfruten, si pueden.

martes, febrero 19, 2008

Ahora papá es pasto de las flores o vive
hecho cenizas entre las aguas del océano,
quién sabe.

Un día después de cuatro meses
hallaron su cadáver olvidado
en su pequeño apartamento de soltero.
Imagínate: el mismo alcohol que le dio muerte
lo había conservado incorrupto,
empapado en ginebra blanca,
la piel acartonada, el cuerpo rígido
e inmóvil tendido sobre la cama,
muerto él y viva su imagen,
en una triste ironía.

Aún no sé en qué se ha convertido,
-han pasado quince años-
ni dónde yace lo que aún resta,
-si es que yace y si es que resta-.
Nadie avisó de la muerte y el traslado
a la otra punta del país, donde la costa
se acaba.

A veces pienso en papá viejo y borracho
abriéndose paso bajo la tierra,
escarbando con las uñas sucias,
o jugando feliz entre la espuma y las olas,
volviendo una y otra vez a la playa
igual que vuelve a mi memoria.

miércoles, febrero 13, 2008

Poema sin titulo (como siempre) para leer en voz alta a oscuras (como nunca)

La luz era tu piel y tu condena,
el nítido reflejo de la luz sobre tu vientre
hacía el mundo y la miseria,
la luz, siempre la luz, te oscurecía.

La luz te hacía fuerte en la mañana
y débil como un pájaro en la noche,
volvían los fotones a mi ojos
después de golpear en tus fronteras.

La luz quería dibujar lo indefinido,
hacer visible lo invisible,
vencer al miedo en el pasillo,
la luz, siempre la luz, se equivocaba.

Apaga de una vez
el foco, la bombilla,
que vuelva la serena oscuridad
que no quiero ver más

la luz, su claridad.

jueves, febrero 07, 2008

Soluciones capilares

Aunque tengan cosas en común no son lo mismo. Las peluqueras modernas del centro son esas que te encuentras en los clubs electrónicos más exclusivos, drogándose con gracia en noches infinitas, que te pinchan la música más trendy y te pasan una litrona, y que hacen con tu pelo lo que les da la gana. Tienen estilo y lo saben. Por lo general, cuando ya es demasiado tarde, te das cuenta de que han satisfecho su ultima fantasía ultramoderna sobre tu cuero cabelludo. En cambio las peluqueras de barrio son definitivamente complacientes: cada movimiento estratégico sobre tu peinado es consultado previamente, cómo lo quieres por delante, cómo lo quieres por detrás, cómo lo quieres por allí, cómo lo quieres por allá. Están totalmente al servicio del cliente y si la cosa sale mal es que la mala idea era tuya. Su gusto estético se ha formado en polígonos industriales y discotecas periféricas, así que las pobres nunca aciertan en el lugar de su anatomía donde tienen que ponerse el piercing o no se dan cuenta de que ya están mayorcitas para tatuarse una sabandija sobre el abdomen. Por lo general su modernidad, siempre a remolque de lo que sus compañeras fashion del centro dictan, no llega a convencer a casi nadie. A mi las peluqueras del centro me parecen muy respetables e influyentes, pero las de barrio me producen una ternura y una extraña excitación morbosa que las del centro están lejos de hacer florecer en mí.

Después de un día entero de dudas y zozobra decidí, la otra tarde y aprovechando las horas libres en El País, ir a una pelu de mi barrio, situada en el Paseo de las Delicias, donde en otra ocasión me había cortado el pelo muy mal –fatal- un ser de tamaño monstruoso del que no sabría determinar el sexo, la raza, la edad o la profesión, porque peluquero/a no debía de ser. En esta ocasión, afortunadamente, me atendió una autentica peluquera de barrio rechoncha y, por tanto, alegre y dicharachera. Antes de que procedieran a deshacerse de esas guarrísimas greñas que habían poblado mi cráneo en los últimos tiempos, tuve que esperar un rato, que ocupé con la lectura de un libro sobre Heiddegger y en observar el local. Aunque Heiddegger resulta incomprensible para mi intelecto positivista –dice cosas sin sentido como “el mundo mundea y la nada nadea” – y no me gusta en absoluto, disfruto leyendo los tratados más sesudos posibles en sitios como peluquerías de barrio, estadios de fútbol (bueno, esto nunca lo he hecho), o ascensores del Corte Inglés. Se me presenta entonces la dicotomía entre la alta cultura y la vida popular: toda esa gente que me rodea todos los días y que imagino –quién sabe- ignorante de todo lo referido a la metafísica, la literatura o la ciencia. Es un acto de snobismo privado, ya lo sé, pero no deja de ser fascinante que existan tantas personas que en su vida no hayan oído hablar de las cosas que a mi me preocupan y que para ellos son totalmente ajenas. Demuestra esto, sin duda, que las pajas mentales que ocupan tanto tiempo en nuestras inquietas mentes, son completamente accesorias e irrelevantes para la vida, donde lo único realmente importante es ganarse el sustento, comer, dormir, divertirse un poco y hacer caca regularmente. El transeúnte distraído, la señora en la cola del mercado, la peluquera de barrio, jamás se han preguntado nada sobre la naturaleza del lenguaje o la estructura del espacio tiempo y, por lo demás, parecen más aptos para la supervivencia que el que suscribe estas líneas. Como digo, además de desentrañar las tonterías de Heiddegger, también eché un vistazo a la peluquería: es uno de estos lugares decorados de tal manera que más bien parecen una nave espacial que un negocio de estética: hay muy poca estética en las luces azules fluorescentes o los tonos metalizados, más bien parece uno encontrarse en los baños de una discoteca de pueblo donde la moda de los ochenta hizo estragos, además de la heroína. En cualquier momento parece que van a aparecer unos robots de serie B o Tino Casal bajando, siempre tan glamouroso, las escaleras que dividen el local. Otra escena bizarra fue la mujer entrada en años que, como en un trío de cine porno, recibía la atención de dos trabajadoras: una, vieja y cubana, le lavaba el pelo mientras que la otra, rubia de bote y nacional, le hacía la manicura. Cuando la de la manicura tuvo que ausentarse un momento y subió las escaleras por las que definitivamente no bajaba Tino Casal, la clienta mantuvo la mano en alto pero lánguida y muerta, como hubiera hecho Marlene Dietrich si hubiera frecuentado este tipo de sitios. Aquella mano suspendida en el aire, los dedos finos y largos, las uñas afiladas, las venas sobresalientes, propias de la edad, me produjo un extraño sentimiento de terror cotidiano pero también cierta satisfacción al tener la oportunidad, como un paparazzi en un día de suerte, de contemplar tal escena. Finalmente, tras todas estas tribulaciones posmodernas, llegó mi turno. La señora cubana me lavó el pelo con champú normal y sin crema, y la peluquera de barrio, oronda y asertiva, se puso a mi completa disposición. Le di instrucciones detalladas cual mariscal de campo y ella siguió punto por punto mis indicaciones, hasta el extremo de hacer preguntas decididamente absurdas para una profesional del ramo. El corte, todo hay que decirlo, ha resultado ser bueno, no en vano ejercí de maestro de obras. Tengo algunas dudas sobre cierta sobreabundancia de pelo en los laterales de mi cabeza, pero en términos generales me quedé satisfecho con su trabajo. Lo hizo mejor que muchas modernísimas peluqueras del centro lo han hecho a veces y por una tercera parte del dinero que les di a aquellas para sus fiestas y sus trapos de Fuencarral, así que desde aquí te doy las gracias peluquera de barrio, allá donde estés –en el taller mecánico de tu novio, viendo supermodelo 2008, tatuándote una nalga, o ciega de keta en la rave de tu pueblo-. Estar en las afueras también es estar adentro.