lunes, marzo 31, 2008

El problema de la vivienda

Como vivo dentro de un buzón de correos, miro el mundo a través de la ranura por la que se introducen las cartas. Mi buzón está en la plaza de Callao, en una esquina, es cilíndrico y amarillo, muy bonito. Dice: Correos. Desde dentro observo a la gente pasar ajetreada, de un lado a otro, constantemente: es una plaza céntrica y bulliciosa. Adentro, en cambio, me siento tranquilo. No me gusta salir mucho, solo de vez en cuando, si me falta el tabaco, por ejemplo. Entonces abro la portezuela y voy rápidamente, sin entretenerme, hasta el estanco que hay justo al lado, en una caseta en la acera. Cuando fumo la gente se extraña de ver salir humo por la ranura, pero en las grandes ciudades siempre ocurren cosas raras, así que después de dudar un poco la gente echa su correspondencia y trata de olvidar el suceso, como se olvidan todas las cosas inexplicables. Las cartas, yo las corrijo. Es a lo que me dedico, principalmente. Después de tanto años aquí domino el género epistolar. Aunque ahora, con el email, lo que más se envía son documentos o fotocopias de documentos o impresos o cartas oficiales. Hay poco correo personal, pero ese es el que yo corrijo. Las cartas de amor –que suelen ser patéticas-, las postales que van al extranjero, las largas misivas que se cruzan los viejos amigos... De alguna manera esta es mi contribución a la sociedad, que me ha dado tanto. A eso de las cinco de la tarde viene el cartero, Paco o Ramiro, depende. Los dos son majos. Golpean la portezuela con los nudillos y yo abro, buenas tardes, dicen, cómo va. Les digo que bien, que como siempre y les entrego las cartas ordenadas y corregidas. Ellos lo agradecen, y espero que también lo agradezcan el remitente y el receptor. Después descanso hasta el día siguiente. Y así es mi vida. No existen problemas con la vivienda, es una mentira propagada por cuatro vagos iluminados. Lo que hay, en cambio, son personas torpes y sin recursos.

miércoles, marzo 26, 2008

El problema de la inducción

Cuando Alberto Villanueva elevó la pelota dispuesto a realizar el saque, la pelota se quedó suspendida en el aire, en lo más alto de su trayectoria. A dos metros diez, la esfera amarillo chillón recortada contra el cielo blanco. Hacía frío. Al otro lado de la red, Garrido gritó hostia, soltó su raqueta y echó a correr hacia Alberto, hasta que, viendo la cara que ponía Alberto, se volvió y vio la raqueta que había arrojado suspendida en el aire a medio metro del suelo. Se acercó de nuevo a recogerla y comprobó horrorizado que ahora era su propio cuerpo el que se elevaba a cada paso, como si hubiese una escalera invisible imbricada en el aire, y ahora, en el camino hacia la raqueta antigravitatoria, se había elevado ya más de un metro, más de dos, y la raqueta permanecía allá abajo, a tan solo medio metro del suelo, ya inalcanzable. Alberto reaccionó de la misma manera y corrió hacia la parte de la cancha donde Garrido se había elevado, elevándose él también a cada paso, de la misma manera. Me miraron entonces desde allá arriba, cada vez más altos, entre alucinados y desesperados, esto es imposible, dijeron, imposible. Yo, detrás de la verja verde de retícula diagonal típica de las pistas de tenis, casi no podía contener la risa. No hay nada imposible, les dije. El problema es que esperáis del futuro lo mismo que os ofreció el pasado, pero cualquier día las cosas pueden cambiar. Mañana puede, por ejemplo, no salir el Sol.

(Os pasa como a aquel pavo inductivista del que habló Bertrand Russel: pensaba –si es que los pavos piensan- que le iban a alimentar todos los días hasta la Eternidad, ya que cada día le daban de comer. Hasta que llegó el Día de Acción de Gracias y en vez de cebarle, le cortaron el cuello. Según este argumento el conocimiento solo se puede falsar, nunca verificar.)

Pero creo que esto último ya no lo escucharon, estaban demasiado lejos, demasiado alto. Se perdían allá arriba, ya casi invisibles, como un globo de helio extraviado en la inmensidad del cielo.

viernes, marzo 21, 2008

BCN 1



1. Una mañana, al poco de llegar, explotó un primer piso entero en La Verdana, a pocas manzanas de donde nos hospedábamos. Al parecer una mujer enajenada se inmoló ante una mínima subida de alquiler que le había impuesto la propietaria del inmueble, que era su propia hermana. En la deflagración se llevó la vida de dos jóvenes que vivían en el piso adyacente con sus padres. Pensé esa mañana que esa mujer extrema bien podría haberse tratado de la vecina de Nacho, que amablemente nos cedió su casa para pernoctar, y que esos cuerpos carbonizados bien podrían haber sido los nuestros. Hubiera sido una extraña suerte, llegar de vacaciones y morir absurdamente, como cuando, a altas horas de la noche y tras haber tropezado un par de veces, lanzas el dardo y consigues, a pesar del alcohol y para asombro de todos, clavar el proyectil, aun temblando, en el centro de la diana.



2. Barcelona es una de esas ciudades con un mar al que, en cierta medida, le da la espalda. Muchas otras, como Bilbao, La Coruña o Gijón, hacen del paseo marítimo, la playa, el centro y eje principal de la ciudad; en cambio, Barcelona, como Lisboa, parece tener un centro urbano ajeno a las olas y a la sal, tal vez porque lo que está en el centro de la urbe no es la playa sino el puerto. Aún así los edificios barceloneses tienen ese aspecto ajado de brisa, como sucio, que solo presentan las ciudades costeras y que les confiere un aspecto decadente y hermoso. En Barcelona la arquitectura y el urbanismo son cosas de lo más importante - tanto que al lado de mi casa había un formidable puente de Calatrava construido únicamente para salvar unas tímidas vías del cercanías-, así que disfruté de largos paseos admirando los amplios espacios del Paseo de Gracia y Plaza Cataluña, el laberinto de piedra del Barrio Gótico, el ambiente portuario de La Barceloneta, La Ramblas, Gaudí y el modernismo, y todas las estructuras tan arquitectónicamente arquitectónicas que encontré por doquier. También de El Raval, claro está, del que me habían hablado como un alter ego barcelonés de mi querido Lavapiés. Me sorprendió, aún así, encontrar pocas coincidencias entre ambos barrios, exceptuando la presencia extranjera (comimos en un hindú cutre y maravilloso): el urbanismo del Raval se aleja mucho de ser el pueblecito que semeja Lavapiés, los locales cool comienzan a poblar su geografía y las calles de la prostitución, varias, sucias, sin apenas luz y con unas trabajadoras bastante siniestras, hacen que las calles Montera o Ballesta de Madrid parezcan Disneylandia. Ahora para limpiar la zona los que mandan han construido dos centros de arte moderno que visité con deleite: el Macba y el CCCB, -si quieren desgranar las siglas, googleenlas-. Es como si dando una inyección de cultura contemporánea fueran a espantar a los demonios del Raval, a purgar la zona de miserias e indeseables. Felizmente no lo consiguen -porque yo entre el arte y la vida, elijo la vida- así que delante de tan vanguardistas centros se puede ver jugar a niños de todos los colores, esperar a las lumis, pasar el rato a los inmigrantes desempleados agarrados a sus litronas o admirar las cabriolas de los skaters que allí matan la tarde entre porro y hostiazo. Como dijo Guy Debord: el arte que no promete la felicidad merece ser destruido.



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En la imagen Txe Peligro en el puerto de BCN. Photo by Esther after an Author's idea.

martes, marzo 11, 2008

Fragmento

Es una imagen en blanco y negro de un joven vestido con uniforme de soldado cogiendo por los brazos a una chica rubia de rostro angelical con el pelo recogido en un moño. Ella tiene los ojos húmedos y están uno enfrente del otro, muy cerca.
- Billie Joe –dice ella- por favor ten cuidado, ten mucho cuidado.
- No te preocupes Ann –dice él-, voy a defender a nuestro país y luego volveré para formar una familia junto a ti.
Él la besa y después ambos se funden en un abrazo. El plano también se funde en negro y aparece, junto con una música entre alegre y populachera, la imagen del joven soldado sentado en lo que parece ser una trinchera, escribiendo en un papel roñoso. Tiene algunas magulladuras en la cara y el uniforme no está tan reluciente como en la escena anterior.
- Ey, Billie Joe, - dice un soldado corpulento y bonachón- deja de escribir de una vez y ven con nosotros a beber un trago.
- No, gracias chicos, -dice Billie Joe- me uniré a vosotros en un rato.
- Ese soldado parece estar muy enamorado –dice otro más delgado en medio de una carcajada-, venga dejémosle con sus cartas de amor y vamos a por esas botellas –el resto también ríe.

Ellos se van a por esas botellas, yo dejo el vaso de ginebra y estiro el brazo para coger el mando a distancia que está sobre la mesa. Cambio de canal. Ahora Chuck Norris y una mujer de melena platino vestida de profesora de aeróbic me explican los beneficios del Abdominazer. Con solo diez minutos de ejercicio al día puedo conseguir un vientre plano y definido como el de los modelos sonrientes que aparecen ahora posando al borde de una piscina soleada.
- Es increíble -dice Chuck Norris.
- Y eso no es todo, Chuck –dice la profesora de gimnasia- lo realmente increíble es que si llaman ahora recibirán como regalo, completamente gratis, un video con los mejores ejercicios para mejorar nuestro abdomen. Y además este par de mancuernas para conseguir unos bíceps tonificados. Apago el televisor y me quedo sentado en la penumbra del salón. Me sirvo otro vaso de ginebra y enciendo un cigarrillo. Tras expulsar el humo de la primera calada, que se dispersa lentamente atravesado por la luz de la lámpara, pienso: lo increíble es que esto haya pasado. Lo realmente increíble es que te hayas ido y yo esté aquí tragando telebasura. Y que el Abdominazer pueda guardarse cómodamente debajo de la cama sin ocupar nada de espacio.

viernes, marzo 07, 2008

Txe y yo (homenaje a Borges y a mi)

Al otro, a Txe, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Madrid y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar a un homeless en un portal o una puta del Este. De Txe tengo noticias por email y veo su nombre en una carta del banco o en una revista poética que nadie lee. Le gustan las primaveras que nacen a destiempo, los libros raros (como todos), la música electrónica, el efecto de la cerveza en laborables, la filosofía de wittgenstein y dormir horas de más. El otro comparte esas preferencias pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor; sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil, yo vivo, yo me dejo vivir para que Txe pueda tramar su literatura, y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertos versos válidos, pero esos versos no me pueden salvar quizás porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme definitivamente, y solo algún instante de mi podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Txe, no en mi (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus textos que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Txe ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe este post.

lunes, marzo 03, 2008

Grace

Esta tarde he pasado, de casualidad, por delante de Caballero de Gracia número 33, metro Iglesia. Es un edificio normal, con un portal normal en el que entra y sale gente normal. Un edificio como cualquier otro. Pero ahí, en ese segundo piso que ahora tiene las persianas bajadas, vivieron durante algún tiempo Alejandra y Virginia. Es curiosa la indiferencia de las ciudades al paso de las personas: nacemos, vivimos en su seno, nos cambiamos de una casa a otra o de una ciudad a otra y, al final, nos morimos. Pero ahí quedan alzados el cemento y el metal, el cristal y el hormigón, impasibles, mudos y orgullosos, durante siglos; y siempre hay alguien que viene y ocupa el espacio que alguien deja, pone sus muebles, su ropa, sus posters, sus desgracias y triunfos en las paredes vacías, en una rueda frenética y eterna. Pero mientras vivimos también existe la memoria, así que este edificio no es un edificio normal cuando yo lo miro, porque este barrio tan frío y ajeno fue para mí, en aquel tiempo cuando nada importaba y todo brillaba y se compartía, otra parte de mi hogar que sentía como propia. Y me gustaba recorrer estas calles –que eran mías- algunas noches de camino a las frecuentes cenas que Alejandra y Virginia celebraban y donde estábamos todos comiendo tortilla y pasta preparados para salir a la aventura electrónica de cada noche, o volver errático a mi cama de las fiestas afterhours que llenaban aquel pequeño piso oscuro, los domingos más soleados del verano de la vida, de decenas de náufragos de la noche, camellos, carteristas, exsoldados y presidiarias, para la desesperación del vecindario y nuestro gozo y alborozo psicotrópico. Alejandra y Virginia vivieron en otros lugares después y compartieron piso conmigo en Delicias pero ya se han vuelto, después de un puñado de años, a la Sevilla de la que un buen día salieron. Dicen al otro lado del teléfono que ahora viven en una casita de tres pisos, grande y luminosa, con una gran claraboya, que debo ir algún día a conocer. Aquí quedamos algunos –pocos- que aún las recuerdan, haciendo que todavía permanezca algo de ellas en esta ciudad loca, brutal, tan fascinante, y permitiendo que su estancia aquí no haya sido en vano, al menos por el momento. Como ésta tarde, cuando, por casualidad, pasé frente Caballero de Gracia número 33, y las imaginé asomadas al balcón, disfrazadas y borrachas, como si el tiempo no existiera o solo fuera una ilusión. Todavía queda el hueco.

Después volví a casa caminado por aquellas calles tan extrañas y el centro de la Castellana. Eran las ocho menos cuarto y empezaba a oscurecer.