domingo, noviembre 30, 2008

Periodismo (con perdón)

Ya se está muriendo el año y pienso, al borde del siguiente, lo fructífero que ha sido mi inicio en el oficio del periodismo (“el mejor oficio del mundo”, “mejor que trabajar”, y todos esos clichés manoseados). Ya ven, recién licenciado en Astrofísica me cambié de tercio como un traidor y me enrolé, después de duras pruebas y ciertas dificultades, en el selecto y recoleto máster de El País. Han pasado tela de cosas: las interminables elecciones norteamericanas con su final inaudito, el mastodóntico accidente de Barajas, las elecciones españolas, y la ubicua crisis, que, por cierto, me pilló trabajando en prácticas en el diario económico Cinco Días, este verano, y gracias a la cual aprendí muchísimo de economía y también de periodismo. Pero también todas esas minúsculas historias del periodismo local, que es el que hemos practicado durante todo el año para hacer callo.

El máster es una gran idea (publireportaje), se trabaja como en una redacción de verdad, hicimos periódicos, programas de radio, revistas, todo en tiempo real y con las mayores exigencias (fin del publireportaje). Alejados de toda teoría, de Macluhan y compañía, de la Facultad, praxis pura que me llevó a ir de los palacios hasta el fango. He comido en fastuosos banquetes con empresarios, me he adormecido con el profesoral y cálido verbo de Solbes en el congreso, he entrevistado a todo tipo de personajes (esta misma mañana al director de Le Monde.fr). Sindicalistas, políticos, intelectuales, envueltos en mucho mucho cocktail, mucha mucha gala, muchos hoteles cinco estrellas, lujo a raudales. Pero también bajé a las chabolas de la Cañada Real, donde me dejé las Adidas perdidas de barro y jeringuillas, conocí a los inmigrantes perseguidos, los albergues de los sin techo donde se le ofrece calefacción y zumo de piña, las protestas vecinales, las riadas, y la horrible privatización de la sanidad madrileña. Los muertos. Así, después de tanta rueda de prensa, de ser enviado especial, de tanto patear, hablar con gente y recibir bufonazos, llego a la conclusión de que no hay tanta diferencia entre unos y otros, de que todos son de carne y de hueso, de que los que salen por la tv existen, se pueden tocar y que los que no salen tanto también existen, y es preciso recordarlo, y también acercarse y tocarlos.

lunes, noviembre 24, 2008

Ellos

Como la primera vez que sonó el timbre yo estaba dormido no supe distinguir si el timbre había sonado en el Sueño o en la Realidad (que también es sueño, etcétera), así que me di la vuelta sobre mí mismo, me tapé bien con la manta y traté de seguir durmiendo. Pero pronto sonó otra vez, y no sólo eso, sino que también sonaron unos fuertes golpes en la puerta que me despertaron definitivamente y excluyeron la posibilidad de que el timbre fuese una creación onírica. Me levanté asustado y me puse unos pantalones de chándal que estaban tirados junto a la cama. Todo estaba oscuro así que caminé con cuidado de no tropezar con las cosas que solía dejar por el suelo, tratando de alcanzar la manilla de la puerta. Cuando, después de palpar la pared y la puerta, alcancé la manilla, salí al pasillo caminando muy despacio, primero un pie y luego el otro, de puntillas, no quería que los crujidos del viejo parquet me delataran. Avancé así, tentando las paredes, guiándome por la cómoda del pasillo, por el espejo donde no se adivinaba ni mi silueta y luego por el marco del póster de aquella peli de Jim Jarmusch, hasta que llegué a la esquina. Ahí ya se veía la leve claridad anaranjada que salía del salón. No sabía qué hora era, así que me asomé con cuidado a la sala, comprobé que por el balcón se veían las farolas anaranjadas de la calle, esa luz tan Blade Runner que ya tienen las ciudades. No amanecía, así que debía ser la mitad de la madrugada, las cuatro o las cinco, pues me había acostado tarde y todo estaba inmerso en un silencio casi sólido que sólo rompía mi respiración algo agitada. En ese momento volvieron a tocar el timbre y volvieron a golpear la puerta con fuerza, sonaba como una hecatombe. Me dio un respingo, suspiré, se me puso la piel de gallina. Casi paralizado continué hasta el hall. Allí el parquet era aún más viejo, crujía más, así que me desplacé casi a cuatro patas, como una alimaña, intentando no tropezar con el tendedero de la ropa, que, de haberse caído, hubiera montando un follón que les hubiera indicado a ellos –si es que eran ellos los que llamaban- que yo estaba allí, a pocos metros, al otro lado de la puerta de entrada, tirado por el suelo. Por debajo de la puerta no se veía la raya de luz amarilla del descansillo, así que supuse que, si los que llamaban eran ellos, si eran ellos los que estaban allí, debían de estar a oscuras. Casi arrastrándome alcancé la puerta y le pegué la oreja, conteniendo la respiración, temblando. Se oyeron los susurros.
- Llama otra vez ¿no?
- Espera, déjame escuchar.
En efecto, eran ellos, reconocí sus voces mascullando, al fin venían a por mí. Pude oír cómo tocaban la puerta, cómo uno de ellos se movía impaciente, su fuerte respiración.
- ¿Qué coño hacemos aquí? ¿A qué coño hemos venido? Llama otra vez. Llama otra vez.
- ............
- Llama otra vez, coño.
- Que te calles, joder.
Después de los susurros volvió el silencio. No sabía que estaba pasando al otro lado, no sabía que estaban haciendo ahí fuera, a tan sólo unos centímetros. Me tapaba la mano con la boca, acurrucado en el suelo contra la puerta.
- Vamos a tirar la puerta abajo de una puta vez, cojones.
Pasaron unos segundos eternos, sentía el latido de mi corazón, el sudor frío.
- No. Volveremos otro día. Volveremos y le cogeremos.
Oí entonces sus pasos dándose la vuelta y bajando la escalera lentamente, a oscuras.Fui entonces, ya erguido, pero aún con cuidado, al salón, sin encender las luces, no quería dar ninguna noticia de que estaba en la casa. Me acerqué al balcón, abrí la puerta sin hacer ruido y entró el frío polar que habían anunciado en los informativos y que finalmente había entrado a la península por la zona noreste. Desde el balcón les vería alejarse si, al salir del portal, giraban hacia la izquierda y se alejaban hacia el sur. Esperé agazapado, muerto de frío, tratando de abrigarme con mis propios brazos, pero no aparecieron. Habrán girado hacia el norte, pensé. Volví adentro, cerré la puerta del balcón y me dirigí a mi cuarto. Me encerré aliviado en la habitación y otra vez, en la más absoluta oscuridad, me metí en la cama. Coloqué bien la manta, me acurruqué, me tapé hasta la nariz, como poniéndome a salvo, pero cuando me giré para encarar la pared, para estar más cómodo, entonces, de pronto, como el peor augurio, pude sentir allí aquella respiración, aquel calor, aquel mínimo movimiento, la presencia que me acompañaba dentro de la cama, bajo la manta, a pocos centímetros, aquel cuerpo horrendo y cercano que tal vez me estaba mirando, a punto de tocarme, y que yo ni siquiera podía ver.

viernes, noviembre 14, 2008

Aquel maravilloso y horrible año

Recuerdo mi reflejo en uno de los grandes espejos de la discoteca Whillpoorwill, Oviedo, un lugar bonito al fin y al cabo, luz baja y rojiza, madera, sofás de cuero y parquet, muy elegante. Fuera lucía el sol –aunque solía estar nublado en aquel barrio pijo de Asturias-, salíamos de casa a eso de las cuatro de la tarde para volver antes de la diez, mamá esperaba, aunque allí dentro, en Whillpoorwill, podría ser cualquier hora, no había tiempo. Yo tenía 15 años, camiseta blanca de Green Day y otra negra debajo de mangas largas que asomaban, todo muy mid-90’s. Siempre me quedaba inmóvil ante el espejo, fascinado por mi imagen fumando mis primeros cigarrillos Lucky Strike. Alrededor las parejas se enrollaban tirados por los sofás, cuerpos jóvenes –aún no sabía cuán jóvenes, haciendo puzzles con vaqueros-, ellas a horcajadas sobre ellos, cabalgándoles, o ellos empotrándolas contra las columnas, rozándose, metiéndoles la lengua hasta la garganta, soportando gigantescas erecciones adolescentes. Recuerdo a Marga liándose con dos chavales a la vez allí delante, sonaba el Give it up, o Ecuador, Alvaro andaba por ahí, el suelo retumbaba y yo me acercaba a la barra, me hacía sitio a codazos entre la chavalería, y pedía, con la voz más grave que encontraba en mi tórax, un licor de manzana con manzana -qué inocente-, poniendo cara de estar de vuelta de todo, de ser un hombre, aunque en realidad todavía no podía con la ginebra, el whisky, el ron u otros destilados u otras drogas de todo tipo que después, salvíficamente, vendrían a redimirme. Pero la mayor hipnosis, como digo, me la producía mi imagen fumando en el espejo, mi mano acercando el cigarro a los labios, luego los labios dejando escapar suavemente el humo haciendo remolinos o empujándolo con fuerza hasta el techo como un dragón, mientras yo fruncía el ceño, levantaba una ceja y apretaba los ojos. Aquel era yo, haciendo aquella cosa prohibida que hacían los mayores. Algo había cambiado aquel año, se había oído un clic que anunciaba un cambio, me esperaban grandes emociones, seguro. Y tenía unas ganas tremendas de follar.

viernes, noviembre 07, 2008

Doble o nada!

Ha vuelto ha ocurrir. Los que sigan este, su humilde blog, recordarán cómo hace un año, viviendo el Autor en otra casa, un bakala fascinante y patético, divertido y malvado, abandonó nuestro adorable piso en mitad de la noche, con nocturnidad y alevosía, dejándonos con el culo al aire para pagar el último mes que un servidor viviría allí. Pinchen, pinchen.

Pues bien, ha vuelto a pasar. Después de aquel incidente y tras un breve paso de un mes por la casa del amigo y vecino Guillermo, me mudé a mi casa actual, de la que hablaré otro día, que ya hace un año de eso, con mi amigo Emilio. Esté verano fue duro inmobiliariamente hablando. Por aquí pasaron dos argelinas –a las que apodé las musulwomans-, un malagueño algo atontao –al que apodé Felipón- y una estadounidense algo casquivana pero de mentira –a la que apodé la seriousa. También se vino a vivir el amigo Isaac, con el que ya había yo compartido el piso de Delicias. Pero en fin, todo esto es solo para que ustedes sean conscientes del trasiego de compis –o zombies- de piso que ha habido por aquí últimamente.

Hace un mes o así llegaron Amid, otro argelino –pero francés, como Zidane-, y Leticia, una viguesa trotamundos moderna y deslenguada. Amid estaba solo de paso porque pronto quería irse a vivir con su novio, camarero del Siroco, a la sazón. Letiticia, en cambio, estaba alucinada con su cuarto, amplio, luminoso, muy zen. Lo cierto es que con Amid no coincidí mucho, solo un par de veces, teníamos horarios diferentes, parecía muy amable. Su curro en la ingeniería no era compatible con mi muy variable horario periodístico y los findes se iba a Pozuelo con su pareja. Leticia, en cambio, parecía querer integrarse. Aunque también faltaba bastante. Decía venir a Madrid para cambiar de aires, su discurso era joven, dinámico, actual, había vivido en muchos sitios y ahora quería probar la capital. Qué cosmopolita, pensamos. Al final descubrimos que la razón de su cambio era un novio enjuto y amable que trajo unas cuantas noches. Tan implicada estaba con este piso que impuso un turno de limpieza que nos hacía buena falta y que, en principio, cumplimos estrictamente.

Entonces ocurrió. Después de uno de nuestros findes locos, entramos en la habitación de Amid, alarmados por su falta durante tantos días: sólo quedaban las sábanas. Ni ropa, ni libros, ni neceser. Sólo unas sábanas que debían de ser prestadas. Se había ido sin avisar –como el bakala antes citado- y dejándonos sin cubrir el presente mes. Qué mierda, pensamos, qué cobarde. Por qué la gente que quiere irse no avisa. Por qué se fugan en mitad de la noche, como si fueran presidiarios. Leticia también dijo lo mismo. Era una vergüenza.

Esta mañana, yendo a una rueda de prensa, recibí un mensaje de mi compi Emilio: Leticia, la muy zorra, también se ha largado, vaya desmierde. Lo del desmierde me hizo gracia, porque desconozco el vocablo. Pero luego pensé en la ruindad de alguien que un día critica la fuga del argelino, y una semana después saca a escondidas sus mil maletas y cajas, seguro que en connivencia con el inocente novio, y se escapa de la casa sin decir adiós y dejándonos otra vez en bragas para pagar el mes.

Algo habrá que hagamos mal, digo yo. Pero qué coño, los que lo hacen mal son ellos. Ya ven, doble y nada.

sábado, noviembre 01, 2008

La Reina también piensa

Lo que hemos venido a saber esta semana es lo que ya sospechábamos: que la Reina es una maruja. Las opiniones que ha revelado (incomprensión total de la homosexualidad, antiabortismo, rechazo de la eutanasia, etc...) son propias de una señorona de provincias de misa de ocho los domingos y después confitería. Había quién pensaba que Sofía, tan griega ella, tan dulce, tan callada, tan vegetariana, podía esconder un lúcido pensamiento analítico; se podía haber llegado a creer que debajo de aquel elegante silencio, aquella delicada entereza a la hora de consolar a las víctimas de las más variadas catástrofes, se escondía una especie de fina intelectual afrancesada, qué se yo. Pero la realidad es siempre más cruel, y al final se ha comprobado lo peor: que la Reina podría encajar bien en ese estereotipo de mujer que hojea el Hola en una peluquería de extrarradio, debajo del secador, o que conversa a gritos con la vecina por la ventana, mientras tiende la ropa. Pero además no son sólo sus posturas, sino la forma ingenua y pueril que tiene de argumentarlas, lo que más le acerca a los modelos que he citado. Por lo demás, llama la atención que critique la aficción de su marido (la caza) y que, siendo la mismísima Reina de España, sea antitaurina, cosa que celebro. Seguro que algunos catetos de los que se ven por las plazas de toros preferirían la República a tal cosa.

El que esta señora diga lo que piensa a mí me parece anecdótico, lo triste es el revuelo que esto ha causado y cómo la clase política se caga por la pata pabajo cada vez que hay que hablar de la sacrosanta monarquía. La vergüenza es cómo el PSOE ha cerrado filas hipócritamente en torno a su figura. Y lo más patético es como el sonriente portavoz del PP (pensaron que con una mera sonrisa profidén ya estaba dado el paso al centro), criticase una mañana la poca neutralidad de la monarca y dos horas después, probablemente tras haber recibido una buena regañina de los de más arriba, se desdijese de forma sonrojarte para defender la línea del partido. Y lo mejor la portada del diario Público con un collage similar al que los Sex Pistols hicieron con la reina de Inglaterra para el God Save the Queen con la leyenda “¿Por qué no se calla?”. ¡Excelsior!