lunes, marzo 14, 2011

Una pequeña guerra tropical



Uno mete la casa en las cajas: los libros, la ropa, los discos, resulta tedioso y estresante, resulta extraño abandonar el lugar donde has vivido mucho tiempo y dejar que lo ocupe otro (la ciudad, en su orgullo arquitectónico de hormigón y de metal, permanece indiferente a quien la habita, los edificios prostituyen sus espacios internos al mejor postor para que cuelgue sus posters, coloque su cama, sus muebles y su absurda vida, sin acordarse nunca de quien los ocupó antes), pero lo más extraño son esos objetos que no encajan en ninguna de las etiquetas anteriores y que se quedan huérfanos, perdidos, entre las cajas ya selladas. Una calavera tallada en lava que me traje del Vesubio, un cochecito que me regalaron en Filipinas, un esbozo de poema escrito en una servilleta en el año 2007 (¡oh, qué literario!), el cinturón de leopardo que ya no me pongo, los parches que iba, un día ya lejano, a coser en mi chupa, las cariocas que me entretenían los veranos en la playa de Los Caños de Meca. ¿Qué hacer con esos retales del pasado que se obstinan en acompañarnos? Son nuestros pero ya no son nuestros porque uno ya no es el mismo que era entonces. Uno dice, bah, me los llevo, luego dice no, no, mejor los abandono, los tiro a la basura, yo qué sé, en cada mudanza uno se va deshaciendo de recuerdos, de cacharros inútiles cuya única utilidad, al final, es molestar en las estanterías y coger polvo, que no tienen lugar establecido. Al final, uno no es solo su cuerpo y su mente y sus temores, sino que también son parte de uno los objetos que posee, los extremos de la campana de Gauss que somos todos y que a veces cuesta recortar. Nos aferramos a ellos como quien se aferra a uno de sus miembros. Angustia.

Al final he tirado algunas cosas. Las he metido en grandes bolsas de basura (supongo que, de pronto, mis cosas se habían transformado en basura), las he dejado en la calle al lado de los contenedores de reciclaje, en mitad de la noche. Cuando he vuelto del Opencor he visto mis cosas, algo de mi ropa vieja, tiradas por el suelo: alguien se había interesado, había abierto las bolsas, había curioseado y lo había dejado todo esparcido por la acera. Me resultó extraño ver mis cosas ahí, en la calle, porque siempre son las cosas de otros, otros de los que yo trato de imaginar la vida a raíz de su basura. Esta vez eran mis cosas y traté de imaginar mi vida inspirándome en aquellas prendas y salió un vida diferente que no era la mía. Por supuesto, me ofendió mucho que quien rebuscó no juzgase ninguna de mis antiguas pertenecias más íntimas de interés.

Una mudanza, pues, no es solo un cambio de cuarto o de casa, es un cambio más profundo, como un viaje; uno no regresa igual de una mudanza de la misma manera que uno no regresa igual de una guerra. Una mudanza, al fin y al cabo, es una pequeña guerra, de esas que ocurren en el Tercer Mundo y nadie oye, contra su propia memoria y su tendencia a preservarse de algún modo. Y la vida está hecha de cacharros que, al final, es lo que queda cuando mueres.

9 comentarios:

la cónica dijo...

hasta el final de la campana, hay que reconocerlo, somos normales...

ahora queda hacer tuyo un lugar nuevo. eso también tiene lo suyo, no?

buena suerte!

vaderetrocordero dijo...

Y eso que (por lo que he leído) no has vivido con tu pareja:

http://elcorderonosecome.blogspot.com/2010/01/soltar-lastre.html

LatitadeAlmendras dijo...

cómo me hubiera dolido a mi ver mis cosas tiradas por el suelo! con el trabajito que me cuesta convencerme para tirarlas!

un saludo!

Absurdo Rutinario dijo...

Nos aferramos a cualquier objeto que nos traiga cerca un recuerdo. para todo lo demás IKEA.

Estoy deseando que escribas un post acerca de lo desconocida que parece siempre una nueva casa.

Sergio C. Fanjul (a.k.a. Txe Peligro) dijo...

me estás poniendo tarea, fran?

Meme dijo...

Cacharros y creaciones.

PetalosDeLetras dijo...

Estuve en las conferencias de versátil. Increíble cómo conseguis que aún se siga creyendo en escribir, que aún sigamos teniendo esperanza sin esperar nada y todo, que es al fin y al cabo en lo que consiste esto de escribir.
Te agrego por supuesto.

Saludos!

Trapi dijo...

Me hace falta una mudanza!

Lola Puñales dijo...

Regalame el cinturon de leopardo, que estoy mudando de piel...