lunes, diciembre 10, 2012

Madrid, la Gran Travesti



 A Madrid, los cielos grises del otoño le sientan como un tiro, se pone arisca, respondona y sucia, te empuja al último cuarto de la casa, bajo la manta. Hay otras ciudades que se toman mejor el otoño, como, por ejemplo Oviedo. Oviedo es una ciudad hecha para otoñear: como debió nacer por estas fechas, se toma con naturalidad la llegada de la herrumbre, la caída de las hojas, el aire que respira el plomo. En Oviedo no hay problema en pasar la tarde lluviosa mirando el orbayu caer a través del ventanal, en un bar de madera, tomando un té, recordando a algún amigo muerto. Pero Madrid debió nacer un equinoccio de primavera, ahí justo en el borde, porque parece que está hecha para explotar, para ser aplastada por el pulgar del Sol, para hervir y quemarse un poco. Así que cuando el tiempo se pone tonto, Madrid se pone muy fea.

Pero bueno, tal vez no debería generalizar de esta manera sobre Madrid, porque Madrid cada día es diferente. Cada vez que salgo por el portal alucino bellotas porque me encuentro una cosa distinta. Hay días que Madrid parece un parque de atracciones, pero hay días que parece un procesión de nazarenos. Hay días que Madrid parece una narcosala en días de fiesta, y días que parece el Jardín de las Delicias de El Bosco. Hay días que Madrid se levanta flamenca, y otros días de réquiem, y otros días bakala, y hay días en los que Madrid ni se levanta. Hay días que parece un alegre burdel, y hay días que parece una nevera vacía con un solo pimiento rojo pudriéndose al fondo a la derecha. Y ese pimiento eres tú. Porque el madrileño también cambia cada día, y a veces parecemos Ewoks o gallifantes, y a veces plañideras, y a veces floripondios, y a veces guerrilleros, y cerilleras, y top models, y sucias alimañas y centauros del desierto. Yo a veces salgo del portal y alucino bellotas porque me miro a mí mismo y descubro que aún estoy vivo, disfrazado de minero o marinero o freelancista. Y ahí enfrente todavía está Madrid, la Gran Travesti.

martes, diciembre 04, 2012

Me aburro





me aburro
como un insecto aún no identificado

a mi lado
una nube, un grifo que gotea toda la tarde
de un domingo, una misa en jueves santo,
son como follar con dos actrices porno
(premiadas varias veces por la AVN)
en una piscina llena de leche
y choco crispies

me aburro como un moco
que dejé hace veinte años
pegado bajo una mesa del colegio

cada día más largo
cada vez más lejos de todo

un ángel que olvidó pestañear
una mariposa presa en un tupper
un segundo y un segundo y un segundo
que no llegan a completar nunca
un minuto

el bostezo de Dios
que traspasa el mundo

viernes, noviembre 23, 2012

Jornaleros y palestinos. Metáforas sobre Gaza.





¿Se acuerdan de los señoritos y los jornaleros? Bueno, todavía hay, está la Casa de Alba y muchos más sátrapas de los que ni siquiera conocemos el nombre y acaparan las tierras andaluzas. Los Grandes de España y que Dios los guarde por muchos años. Y que me pongan a los pies de sus señoras. Y luego los jornaleros con subsidio que, según dicen algunos, se gastan vinito a vinito en los bares de los poblachos. 

Pero ¿os acordáis de los andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme, decidme quién, quién plantó los olivos? ¿De Los Santos Inocentes? ¿De la Mano Negra? Eran tiempos aún más jodidos y el jornalero andalúh era un ser infecto, abusado, al borde la pura esclavitud. Entonces había frecuentes revueltas en las que los míseros jornaleros, desesperados, atacaban el cortijo, y, en ocasiones, mataban a los señoritos. Y entonces el señorito, otro, porque había muchos, en compañía del cura, el falangista de turno y el sargento de la Guardia Civil, salía a caballo a reprimirlos, como quien se va de montería. (Algo de esto cuenta Chaves Nogales). El señorito veía estas sediciones como un mal necesario, una molestia que había que tomarse para mantener el status quo. Más que conseguir la paz era gestionar el conflicto, como explica hoy, aplicado al conflicto palestino y con muy buen tino, en el sacrosanto El País, Mark Leornard. ¿De quién dirían ustedes que era la responsabilidad de aquella situación? ¿Del jornalero que mascaba tierra seca con la cabeza bajo la bota de montar, o del señorito que, en su cama blanda, mantenía al desdentado trabajador en la miseria? ¿Debía el jornalero abandonar la siempre intolerable (según nos enseñan en la escuela) violencia, bajar la cabeza y volver al arado, o debía el señorito ofrecer unas condiciones laborables dignas a los que tenía bajo su yugo? La respuesta es tan fácil que se la dejo a ustedes mismos.

Pues bien: me reconcome los carámbanos escuchar esos argumentos sobre los cohetes cutres palestinos y la reacción israelí, sobre la igualdad de condiciones, y no solo de condiciones, sino de razones, entre unos desahuciados encerrados en una ratonera superpoblada y uno de los ejércitos más potentes del mundo. No entraré en disquisiciones sobre cómo se vive en Gaza ni sobre cómo el movimiento palestino, que fue a veces izquierdista y a veces laico, pasó a islamizarse en la Franja. La responsabilidad, la carga de la prueba, en Oriente Próximo, está claro sobre qué hombros pesa. El Estado de Israel es el señorito y el palestino, el jornalero.

martes, noviembre 13, 2012

El día que hice el amor con Mario Vargas Llosa



 Al amanecer me levanto sobresaltado, palpo a mi lado y respiro tranquilo: todavía está ahí, aún no se ha ido. Le doy un besito en la mejilla a Mario Vargas Llosa mientras aún dormita y me levanto y voy a la cocina y le preparo el desayuno y se lo llevo a la cama, café y tostadas con mantequilla y miel, como sé que le gustan a Mario Vargas Llosa, que me espera con los ojos todavía nubosos y despeinados. Después salimos a pasear, Mario Vargas Llosa y yo, cogidos de la mano bajo el alegre sol, y nos encontramos en la calle a Mario Vargas Llosa, al que nos paramos a saludar muy cordialmente y a decirle cuánto le admiramos. Después de este agradable encuentro vamos a la biblioteca pública y leemos la columna de Mario Vargas Llosa y le reconocemos en ella como a uno de los grandes liberales (y de los pocos auténticos) de nuestros descerebrados tiempos. Luego me despido hasta otro día de Mario Vargas Llosa, porque a mediodía he quedado para almorzar en Casa Lhardy con Mario Vargas Llosa, con el que comento durante una larga sobremesa de cocido el último premio de Mario Vargas Llosa. De vuelta a casa, ya sin Mario Vargas Llosa, me pongo a leer una novela de Mario Vargas Llosa, hasta que me quedo dormido y tengo esos turbulentos sueños que se tienen después de comer, protagonizado, sorprendentemente, por Mario Vargas Llosa en el papel de mi madre que luego se convierte en un simpático pato que habla en prosa perfecta, como Mario Vargas Llosa. Casi me quedo dormido, pero me despierto justo a tiempo para cruzar sin aliento el centro y llegar al Círculo de Bellas Artes, donde Mario Vargas Llosa da una conferencia. La conferencia resulta ser maravillosa (o mejor dicho, mariavargasllosa), pues trata sobre el Boom latinoamericano, en el que se encuadra la obra de Mario Vargas Llosa, de Cortázar, de Carlos Fuentes, o de otros autores como el peruano Mario Vargas Llosa, el auténtico liberal de nuestro tiempo. Luego me voy a la Casa de América, donde el escritor latinoamericano Mario Vargas Llosa inaugura una exposición sobre un asunto que no llego a comprender del todo; y luego corro a una librería (mi vida sociocultural es tan animada como la del premio Nobel Mario Vargas Llosa) que inaugura el novelista hispanoparlante Mario Vargas Llosa. En el sarao posterior, mientras me tomo un vinito y degluto una aceituna, me encuentro a Mario Vargas Llosa, después de tanto tiempo ya tiene el pelo todo canoso, qué recuerdos de otras juergas, así que hablamos un buen rato de lo que dijo el columnista Mario Vargas Llosa el otro día sobre la dimisión de Esperanza Aguirre y sobre el premio que le han dado en la Fundación Faes al juntaletras Mario Vargas Llosa, porque es un liberal de la vida, uno de los de verdad. Aprovecho para comprarme las obras periodísticas completas de Mario Vargas Llosa en una bella y nueva edición, prologada especialmente por el mejor amigo del autor, Mario Vargas Llosa, nacido en Perú y ganador del Nobel de Literatura 2010. Después, algo borracho, me voy a casa bamboleándome y al llegar me tiro a ver la tele y veo lo que dice Mario Vargas Llosa en Informe Semanal sobre el aniversario del Círculo de Lectores y que me parece maravilloso (o mariovargaslloso). Me pica un poco la entrepierna, intento  consolarme con un video porno donde sale Mario Vargas Llosa tocándose ahí, pero no logro concentrarme, así que llamo a mi casa de alterne preferida y pido que me hagan un servicio discreto a domicilio, que pago el taxi. No tarda en sonar el timbre y abro la puerta y es Mario Vargas Llosa y le invito a pasar y tomamos una copa y bajamos la intensidad de la luz y ponemos música muy suave y, por fin, como en Pretty Woman, Mario Vargas Llosa y yo hacemos el amor.

Le digo, Mario, esto es la Ciudad. Y yo quiero ser tu Perro.

sábado, noviembre 10, 2012

Cómo matar en publico



 Asumimos que observar el sufrimiento del prójimo es algo horroroso, y que, precisamente, nuestra humanidad radica en eso, en sentir repulsa por el dolor propio pero, sobre todo, por el ajeno. Eso es lo que asumimos, porque la cosa no está tan clara: hasta no hace tanto, muy poco si hablamos en términos de la edad del hombre, las ejecuciones públicas eran una práctica habitual, era algo espectacular (sin duda, eran todo un espectáculo), algo muy morboso, pero nada obsceno. Tal vez la pregunta aquí es: ¿es el hombre bueno por naturaleza o es un cruel lobo para sí mismo? Esta eterna pregunta bien podría trazar una línea entre una cosmovisión de izquierdas y una de derechas. Pero el caso es que nos gusta la sangre, seguro que todos vimos el video de la ejecución de Saddam Hussein y, cada vez que vemos un accidente por la calle, se nos va la mirada automáticamente debajo de la manta metalizada que cubre al fiambre.

En la Plaza Mayor de Madrid, muy cerca de mi casa, es donde, a partir del siglo XVII, se ejecutaba a los condenados. La vida entonces no estaba llena de entretenimientos como los que ahora tenemos: no había Liga de fútbol, ni Internet, ni televisión, ni siquiera existía este, su humilde blog: era aquella una existencia rutinaria, dura, sucia y gris en la que, de pronto, brotaba la colorida flor de una ejecución. Los días de ejecución eran días alegres, la plaza se llenaba de ciudadanos, los niños correteaban, los vendedores de comida aprovechaban para hacer el agosto, igual que los carteristas, y los músicos amenizaban la espera que antecedía al sangriento espectáculo. Los nobles eran degollados delante de la Casa de la Panadería (donde ahora está la Oficina de Turismo), a los demás se les aplicaba el garrote vil delante de la Casa de la Carnicería (enfrente, donde se ponen los caricaturistas). Los ahorcados tenían su propio especio frente al Portal de Paños. De las ejecuciones se esperaba un gran espectáculo y cada uno tenía que cumplir su papel decentemente: el verdugo tenía que matar bien, con decisión y sin chapuzas, por su parte el ejecutado tenía que morir con cierta dignidad, pero tampoco de forma demasiado fría. Convenía cierta desesperación, pero no berrear como un bebé. Lo cierto es que era difícil dar con el punto medio de emoción a la hora de enfrentar la muerte. A veces los condenados eran llevados en una carreta y desmembrados por toda la ciudad: se les cortaba una mano aquí, otra dos calles más adelante, una pierna en una esquina y así. Había cirujanos que procuraban que el reo no se muriera desangrado antes de tiempo. “El payés Joan de Canyamars hirió con un puñal a Fernando el Católico en la plaza del Rei en 1492”, cuenta el escritor Joan de Déu Domènech en una entrevista en La Vanguardia, “ya condenado, le pasearon en carro, semidesnudo, junto al verdugo: en la plaza del Blat, le cortó un puño; en la del Born, el otro. Murió allí, pero en la plaza Sant Jaume le cortó la nariz, una pierna y le sacó un ojo”. Los homosexuales y herejes eran quemados en la hoguera, los militares siempre fusilados.

El ominoso Fernando VII (el de “vivan las caenas”) democratizó las ejecuciones públicas y acabo con esta muerte-diversidad, imponiendo el garrote vil para todo quisqui, con independencia de su extracción social y su delito. Lo cierto es que el garrote, tan tristemente ligado a la historia de España, era un sistema mucho más “avanzado” para aniquilar al prójimo, rápido y sin los problema que a veces creaban la horca (cuerdas rotas, reos que no acababan de morir) y las decapitaciones (cortes insuficientes, cabezas colgando a medias y escabechinas varias). Las últimas ejecuciones públicas en España tuvieron lugar a finales del siglo XIX, una de ellas fue la de Higinia Balaguer, la autora del célebre crimen de la calle Fuencarral. Asistieron cerca de 20.000 personas. La pena de muerte se abolió con nuestra sacrosanta Constitución de 1978, una de las últimas víctimas del siniestro garrote fue el célebre anarquista Salvados Puig Antich, ejecutado en 1974 en la cárcel Modelo de Barcelona.

Pero, antes de la hegemonía española del garrote vil, el noble arte de matar a otros humanos ya había experimentado fascinantes avances en nuestra vecina Francia. Es curioso, solemos citar la Revolución Francesa como origen de la modernidad, las democracias liberales, los derechos del hombre, solemos relacionarla con el fin de  la superstición y la barbarie y el inicio de la ilustrada era en que la Ciencia y la Razón persiguen el beneficioso Progreso. Sin embargo, la Revolución Francesa, en la que estaba basada nuestro mundo al menos hasta la caída de Lehman Brothers, fue una escabechina de cuidado, que solo se recuerda a veces, cuando oímos el tenebroso nombre de Roberpierre, que nos suena parecido a Drácula. Me refería, cómo no, a la guillotina, una sofisticación técnica creada por el doctor Joseph-Ignace Guillotin, presidente, a la sazón, del Comité de Salud Pública, que no se dedicaba a prohibir fumar en los bares, como pudiera parecer, si no a localizar y eliminar casa por casa a decenas de miles de elementos supuestamente contrarevolucionarios que salpicaron con su sangre y sus cabezas el suelo del cochambroso París de la época. La ciencia y la técnica también colaboraron activamente con el exterminio, mucho después, en las fábricas de muerte nazis durante el Holocausto judío, donde murieron, además de millones de personas, muchos ideales ilustrados encumbrados por la Revolución Francesa. Curiosamente, Guillotin era contrario a la pena de muerte, pero este sistema rápido, limpio y eficaz, le parecía el más civilizado. También estaba en contra de que las ejecuciones fueran públicas y trató de que mujeres, niños y otros animales, no tuvieran acceso al espectáculo. Pero las ejecuciones eran públicas por un motivo: para dar ejemplo.

Cuando digo dar ejemplo me refiero a dar miedo, a ejercer el control mediante el terror: en muchos pueblos y ciudades los patíbulos estaban en las entradas principales o en los cruces de vías importantes, y muchas veces los ejecutados permanecían colgados durante semanas o sus cabezas clavadas en las picas que simbolizaban el poder del Rey. Era necesario que los visitantes supieran cómo se las gastaban en esos pueblos. Aunque suene muy salvaje, en la China actual hay ejemplarizantes reality shows en los que se entrevista a reos en el corredor de la muerte, y también se realizan, tiro en la nuca mediante, ejecuciones públicas masivas. Muchos otros países mantienen estas prácticas, sobre todo en Africa y partes de Asia, sin olvidarnos de las frecuentes lapidaciones en países islamistas donde el público, además de mirar, participa. Ejemplo se da poco: se ha comprobado que ni la pena de muerte, ni las ejecuciones públicas reducen la criminalidad. Quizás deberían probarse otras soluciones, no sé, tal vez educación y justicia social, igual estoy loco, pero eso sí que reduce la criminalidad: comprobado.

Aunque la ejecuciones públicas nos parezcan hoy y aquí algo muy sórdido y muy salvaje, en su tiempo y lugar era una cosa muy normal, aceptada mayoritariamente por la moral imperante. Pero, como habrán estudiado en el colegio, si ustedes fueron al colegio, no es lo mismo la moral que la ética. Ahora mismo, aunque cada vez menos, hay espectáculos completamente aceptados por la moral de ciertos grupos y que, seguramente, en cuanto sean abolidos y mirados en la distancia (como se miran desde otros países) se revelarán como monstruosos. Me refiero, como habrán intuido, a la tortura y ejecución pública de los toros, en coloridos espectáculos con hombres disfrazados y música en directo. Entonces, los blogueros del futuro, escribirán posts en estos términos sobre nosotros. Espero que no nos cuenten a todos en la misma barbarie.

Y luego están los ERE’s, que son las ejecuciones públicas del siglo XXI. A lo que íbamos.