viernes, enero 27, 2012

De El Corte Inglés al Cielo


Subí a la cafetería del Corte Inglés de Callao a tomarme un descafeinado y una rosquilla. Allí, para mi enorme sorpresa, en una mesa al lado del ventanal, vi a mi padre, con un gin tonic en una mano y un cigarrillo, inserto en su boquilla negra, en la otra. No me sorprendió el hecho de que estuviera fumando impunemente en un local público (que también) si no su presencia allí, ya que, hace 17 años, a papá le reventó el corazón, precisamente por sus excesos con el Gordon's con tónica (precisamente Schweppes,  la marca que se anunciaba alegre allí enfrente, en el cartel luminoso del edificio Capitol) y el Winston americano de contrabando, que tenía un águila dorada impresa en el paquete. Desde entonces papá está muerto.

- ¡Papá! – le dije.
- Coño, Txe, ¿cómo estás? – respondió tan tranquilo (cuando él murió yo me llamaba de otra manera, pero, de alguna forma, conocía mi nombre actual). Allí estaba, con su abrigo de piel marrón, su calva y su poderosa barba canosa, como siempre, pero aún sobrio.
- Pero, ¿qué haces aquí? ¿No estabas muerto?

Papá me hizo una señal para que me acercara, para que tomara asiento a su lado. Me senté, se inclinó hacia a mí, y me habló en voz baja.

- Sí, es que estoy muerto – dijo.
- Pues tienes muy buen aspecto para llevar ¿cuántos? ¿17 años muerto?
- Sí, eso es, 17 años, cómo pasa el tiempo para vosotros, los vivos. Caramba, casi no te reconozco. Me reconozco, más bien, a mí mismo. Cuando era niño te parecías más a tu madre, pero ahora eres clavadito a mí.
- Espero no quedarme así de calvo –dije, y pensé más cosas.

Miré por el ventanal algo desconcertado, tratando de comprender la situación. Estaba anocheciendo y, desde allí, se dominaba la Gran Vía, los tejadillos del barrio de Ópera, el Teatro y el Palacio Real, el crepúsculo violeta tras la Casa de Campo. Por ahí debía de estar mi choza. Se acercó un camarero, le pedí otro gin tonic.

- Entonces, ¿aquí se puede fumar? – pregunté
- Sólo si estás muerto, es una de las ventajas.
- Veo que sigues a full, bebiendo, fumando, como si esa mierda tan rica no te hubiera matado.
- En el Cielo, porque yo ascendí al Cielo, se puede beber lo que quieras. Por eso es el Cielo. Y lo mejor es que no existen las resacas. Las resacas se tienen en el Infierno. O mejor dicho, el Infierno es una gran resaca.
- Cojonudo. Seré piadoso, entonces.

La verdad, a papá se le veía muy ¿cómo decirlo? ¿vital? Tenía buen aspecto, buen color, aunque, eso sí, no le había salido el pelo. Se conoce que el Cielo no da para tanto.

- Y ¿qué hace Dios? ¿Cómo es?
- Dios es cojonudo. Es anarquista. Comunista libertario. Nos lee a Kropotkin. Estamos todo el rato con asambleas y chorradas de esas para decidir qué cosas placenteras vamos a hacer. Al resto eso nos da igual, la verdad, pero simulamos interés en el rollo asambleario para tenerlo contento. Al fin y al cabo es el jefe, aunque no quiera parecerlo, y si cambia de idea podía hacer del Cielo un lugar horrible. Y ahora estamos de puta madre.
- Pues podía arreglar un poco las cosas por aquí abajo. Que regule al capitalismo financiero ¿no? Que de crédito. Dicen que se acaba el mundo. Y también lo parece.
- Ya, pero prefiere no intervenir. Que os apañéis solos, dice, que montéis comunas y asambleas, otro gallo os cantaría.

El camarero trajo un vaso de tubo con hielo, le puso tres dedos de ginebra y vertió parte de la tónica. Recordé que mi intención era tomar rosquilla y descafeinado, pero ya era demasiado tarde. Miré alrededor, las señoras con sus permanentes y sus mejores pieles tomaban tortitas con nata, probablemente recién llegadas de misa de ocho.

- ¿Y qué haces en la cafetería de un Corte Inglés, si puede saberse?
- Bueno, en el Cielo esto es lo más. Es un punto de conexión interdimensional. Aquí podemos convivir los vivos y los muertos. Dios hizo un acuerdo con don Isidoro Álvarez, el presidente de la empresa. Y está la calidad propia de El Corte Inglés, que nunca defrauda. Me encanta el Sandwich Club, y la hamburguesa con queso y ensalada de col. El servicio es impecable; además, en los otros pisos, encuentro productos que a veces escasean en el Cielo (papel de celo, por ejemplo, sogas, palas, cal viva o sobres pequeños), cuando Dios se olvida de hacer los pedidos, cosa que ocurre a menudo, porque Dios se pasa el día fumando marihuana y tocando la guitarrita rodeado de ángeles asexuados. Y si no te quedas satisfecho, te devuelven el dinero.
- Así que hay muchos muertos en las cafeterías de El Corte Inglés...
- Bastantes, pero no sabrías distinguirlos. Como ves hay muchas viejas. Para ellas es ideal: como se acerca la fecha de su muerte vienen aquí y van haciendo contactos para cuando suban al Cielo (si suben). Así, cuando llegan arriba ya tienen una vida social más o menos arreglada. Son muy listas, las hijas de puta.
- Joder, qué flipe.

Papá apuró entonces el gin tonic que le quedaba y se levantó. Quitó el cigarrillo de la boquilla, lo arrojó al suelo y lo piso con el botín (ahora yo tengo unos botines iguales a los suyos, por cierto). Se puso el abrigo de piel marrón. Tenía el mismo aspecto que en mi niñez, no habían pasado los años, ni por papá ni por su abrigo.

- Bueno hijo, dame un beso que me tengo que ir – me dio dos - y pásate por aquí de vez cuando, quizás coincidamos. Y prueba el Sandwich Club, está de muerte. Jajaja, de muerte, qué gracia, no me había dado cuenta…

Se giró y abrió la puerta de cristal que daba a la terraza dejando entrar un aire frío. La voz de una vieja protestó a mis espaldas. Luego papá se subió a la barandilla y se arrojó al vacío. Corrí a asomarme muy agitado, pero cuando miré abajo no había nada, ni cadáver ensangrentado destrozado contra el suelo, nueve pisos más abajo, ni un mogollón de gente observando el destrozo, ni policías instando a los peatones a circular, ni nada. Entré y me acabé el gin tonic, hipnotizado por las coloridas luces de neón del anuncio del Schweppes que corona el edificio Capitol mientras se hacía completamente de noche. Quizás, pensé, me tome otro.



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Foto de Luis Díaz para La Razón

lunes, enero 23, 2012

Cómo conocí a mi eBook



El eBook entró en mi vida la Navidad pasada. Es un bonito Sony Reader, negro, muy elegante, como una pluma Mont Blanc. Como es muy elegante he decidido utilizarlo para leer las mejores novelas del 2011 según la prensa especializada y que yo no había leído. ¿Qué donde estaba yo en 2011? Pues en Facebook, que es la Gran Novela de Nuestro Tiempo, una Novela Río, una Novela Mundo, la Novela Recontradefinitiva. El Poema.

La verdad, el cacharro me viene de perlas, porque la novela es un género que no venía yo practicando mucho ultimamente y cada vez me dan más miedo los libros gordos. ¿Cómo puede Jonathan Franzen escribir las 600 páginas de Libertad para una audiencia acribillada por Facebooks, tweets, smartphones, críos recién nacidos o películas on line? Dicen que la brevedad en literatura es cortesía con el lector. Lo suscribo. Pero bueno, hay que ponerse al día.

He aquí la ventaja high tech: con el eBook puedo leerme la novela de Franzen engañando a mi subconsciente, haciéndole creer que, en vez de estar tirando el tiempo en la Literatura, estoy embarcado en alguna apasionante aventura digital. Así que empecé, antes de Libertad, por Los enamoramientos, de Javier Marías (como digo, voy a dedicar el eBook a la caza del mastodonte), y en un trayecto entre Oviedo y Madrid, a lomos de mi fiel Alsa, casi me lo ventilo entero. Cosa rara para mí, que en los viajes de autobús suelo sujetar el libro entre las manos mientras mi mente vuela libre por el horrendo patchwork de la meseta castellana. Al final me leo 30 páginas en 5 horas y media, porque se me va mucho la olla y estoy to loco tía, tía, tía.

(Inciso: Los enamoramientos de Javier Marías es muy Javier Marías. El autor se entrega totalmente a ese tiempo en suspenso que dice que aprendió del Tristam Shandy, de Lawrence Sterne (habrá que leerse sus tropecientas páginas en el eBook) y a la digresión más monótona. Dice Ricardo Piglia que lo que engancha de una novela y hace que no la sueltes no es la trama ni el argumento ni las peripecias que se den en ella, sino la voz del narrador, que nos engancha, que queremos seguir escuchando. La voz de Marías es constante, repetitiva y monótona, es decir, muy placentera, igual que el dulce estado de duermevela que precede al sueño, ay qué rico. Así que uno se queda ahí, enganchado, y cuando se despista y lee tres páginas sin haber leído realmente, da lo mismo, porque la historia no ha avanzado: nunca te pierdes. Es como un run-run de fondo para tus pensamientos. Por lo demás todos los personajes de Marías piensan y hablan igual entre ellos, e igual, a su vez, que el propio Marías en sus artículos, lo cuál es bastante inverosímil, poco logrado. Esto le lleva  a uno a preguntarse: si Marías quería reflexionar sobre el enamoramiento, el crimen, los triángulos amorosos, la culpa, el olvido y demás de esta manera ¿por qué no escribió un ensayo o unos cuantos artículos y pasó de esta historia inane? ¿Por qué no escribió un haiku? A mí el libro me gustó y lo leí rápido, me meció en viajes interprovinciales y noche de insomnio. Pero, ¿lo que me gustó fue la novela o mi flamante Sony Reader?)

Lo que he visto hasta ahora en mis experiencias de bucanero literario en la Red es que la oferta de libros para la descarga ilegal no es ni por asomo tan amplia ni exhaustiva como la de libros y discos. Se pueden encontrar fácilmente libros clásicos que no tiene derechos de autor o los grandes títulos de las últimas temporadas. Fiodor Dostoievsky y Carlos Ruiz Zafón, por ejemplo. Es como si solo se pudieran bajar las pelis de la edad de oro de Hollywood y Transformers 2. O la discografía completa de los Rolling Stones y lo ultimísimo de David Bisbal. Bueno, estoy exagerando. Hay muchos, muchísimos, títulos intermedios que ni siquiera existen en formato digital o que es muy dificil encontrar. Lo que se percibe, by the way, es que el público lector es menos dado al pirateo que el melómano o el cinéfilo, y eso me lleva a preguntarme si realmente el eBook será un problema de tal magnitud para la industria editorial o se quedará en un pequeño bluff. Nuse. Yo, como digo, lo voy a dejar para las novelas, que pocas veces se releen. Y dejaré mis disputadas estanterías para los siempre útiles ensayos y para la poesía, que, como ustedes saben, nunca se acaba, ni de escribir, ni de leer.

¿Saben lo que molaría? Un Reader de verdad, es decir, un aparato que leyese por tí mientras tú te dedicas plácidamente a cortarte las uñas de los pies o ver Tú sí que vales. La transmisión de información secuencial a través de la interpretación de una hilera de signos impresos durante líneas y líneas, páginas y páginas, resulta prehistórica. La vida es cada día más corta, el mundo gira más rápido y se acerca el Fin del Mundo. ¿Para cuándo un puerto USB en la nuca a través del cual volcarte los libros en el cerebro? El conocimiento transmitido en estado puro, a bloque y sin piedad. El futuro, una vez más.


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(La imagen es un fotograma de la peli Canino (Yorgos Lanthimos) que no tiene nada que ver con este tema, pero es la primera que sale en Google Images si se introduce la búsqueda "ebook chachi")



miércoles, enero 18, 2012

Reina el Kaos (feat. el Oso Soso)

Iba en el metro tan tranquilo cuando, de pronto, me di cuenta de que estaba completamente vestido. Me quedé seco, perplejo, como si el tiempo se hubiese parado súbitamente o yo hubiera ingresado en una extraña dimensión paralela muy alejada de esta Realidad. Miré bien: dos zapatillas deportivas, unos vaqueros, una sudadera y un abrigo militar, en efecto, estaba completamente vestido, y en medio de un vagón de la Línea 3. Levanté la cabeza lentamente, algo avergonzado, preocupado por si algún viajero (o cliente, como le dicen ahora) se hubiera o hubiese percatado de mi situación. Pero, ¡estaban todos vestidos! Allí una joven de tez morena con una chaqueta de cuero y unos pantalones ajustados leía repantingada un libro forrado con papel de periódico (a saber), allá una vieja con un gran foulard y un abrigo de piel sintética perdía su mirada en su reflejo en la ventana de enfrente. Un chaval de chándal, al lado de la puerta, movía rítmicamente la cabeza y mascaba chicle animado por el techno guarrindonguer que se escapaba de sus cascos. Nadie me miraba. Me pellizqué para comprobar que no estaba despierto en una pesadilla. Aguanté la respiración y permanecí muy quieto, con la mirada perdida en el cartel del trayecto, contando las paradas que me faltaban para Sol y tratando de que nadie reparase en mí, y mucho menos en mi lamentable estado.

Al salir a la superficie me fulminó un sol esplendoroso. No había ni una sola nube hiriendo el cielo y la temperatura era odiosamente agradable. Los niveles de contaminación debían de estar por los suelos. Miré alrededor atónito: la gente caminaba ordenadamente y sonriente por la plaza, sin prisas ni malos rollos, el tráfico fluía sin problemas y un joven de aspecto punk ayudaba amablemente a una vieja beata de luto a cruzar la calle. Un señor trajeado le daba un billete de 500 euros al hombre sin brazos que mendiga con un vaso de plástico en la boca. Todo era horroroso. Corrí a casa entre transeúntes totalmente vestidos que se apartaban para facilitarme el paso; al pasar al lado del kiosko pude leer los escalofriantes titulares de los periódicos: “La crisis, vencida”, “El P.I.B. en la eurozona crece al 250%”, “Erradicado el hambre mundial”, “Lady Gaga se retira a las islas Caimán”. Una niña primorosamente vestida de rosa me ofreció un caramelo multicolor, que, por supuesto rechacé.

Tras llegar al portal y sortear a la portera, que me tendía un jamón ibérico de regalo, “por ser tan buen vecino”, subí a casa y cerré violentamente la puerta tras de mí. Por fin, resoplé. Entonces reparé en el estado de mi domicilio. ¿Dónde estaban las pelusas que frecuentaban los alrededores de los zócalos? ¿Por qué estaban todos los libros meticulosamente ordenados por autor y materia y la vajilla inmaculadamente fregada? Abrí la nevera: repleta de chuletones. Y por si fuera poco: ¡Alguien había tirado un tabique y ampliado el salón hasta los cuarenta metros cuadrados! ¡¿Y ese jacuzzi?! ¡El horror, el horror!

Me metí en la cama (las sábanas estaban suaves y perfumadas) y abracé en la penumbra reparadora al Oso Soso, que estaba como siempre haraganeando bajo la manta. Cerré los ojos muy fuerte pensando “esto no puede ser, no, no puede ser”. Entonces, sentí como el Oso Soso se giraba pesadamente, me miraba a los ojos con sus fríos y negros ojos de cristal y rompía su silencio eterno con una voz que yo nunca había oído para decir: REINA EL KAOS



miércoles, enero 11, 2012

Se acabó el Estar Guay


Entonces, cuando todo volvía a empezar de nuevo, el año, la legislatura, el horror, el horror, apareció el flamante ministro de Economía y dijo: “está por ver si el Estado del Bienestar es sostenible”. Luis de Guindos es una muy buena elección para su cargo porque tiene cara de malvado, de supervillano, de ir a destruir la humanidad a la mínima de cambio, que es la cara que tiene que tener un ministro de Economía cuando se avecinan recortes catastróficos. Luis de Guindos debe de ser una especie de Cristopher Lee de la política, siempre haciendo papeles de malo, y si no es así, que no lo he comprobado, debería de serlo. Por lo pronto sabemos que trabajó en el insidioso Lehman Brothers y colaboró con la pérfida FAES, que no es ninguna broma. He aquí la astucia de Rajoy a la hora de hacer casting: coger a este señor como uno de los sacos de arena (hay también una vicepresidenta, y un ministro de Hacienda, y un ministro de Empleo con peluca) detrás de los cuales probablemente se va a parapetar cuando empiecen a venir mal dadas. Que vendrán, porque esto solo es “el inicio del inicio”, otro slogan de peli de terror en boca de los populares. Por lo demás, Rajoy es amante del vino (“¡viva el vino!”), de los puros, de la buena mesa y de la buena conversación. A mí no me importaría darme una cenorra en su compañía.

El Estado del Bienestar es una cosa que, como somos unos desmemoriados y vivimos mirando alternativamente nuestro ombligo y nuestro smartphone (el ombligo del futuro), nos da la impresión de que siempre ha estado ahí y no valoramos, igual de insensatos que las señoras que se quejan insistentemente en el Centro del Salud por tener que esperar su turno para la consulta ("¡Qué mal funciona la sanidad pública!"). Pero no. Hubo un tiempo, y no tan lejano, en el que los servicios públicos eran mínimos si no inexistentes, no había sanidad, ni educación, ni subsidio de desempleo, ni unas condiciones laborales decentes, ni pensiones; eran épocas en las que cada uno tenía que apañárselas como bien pudiera. El concepto del welfare state como tal, aunque sea una idea que podríamos rastrear hasta la Ilustración, nace en 1945, al finalizar la II Guerra Mundial, que a su vez venía a finiquitar de una vez por todas la Gran Depresión que venía coleando desde el 29. Por cierto, en 1948, las Naciones Unidas proclamaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Durante la segunda mitad del s. XX gobiernos de diferente signo y diferentes países convinieron adoptar las medidas sociales arriba mencionadas, de claro signo socialdemócrata, aunque en las que todos colaboraron. Para algunos, como Tony Judt, este fue el momento cumbre de desarrollo político en la historia de la Humanidad, que algunos bautizaron como  “la edad de oro del capitalismo”, porque, además, produjo un crecimiento fuerte y sostenido.  Esta cosa tan joven, tan bonita y tan frágil, que tanto se peleó y por la que tanta sangre se derramó, hasta que el hombre reconoció su propia dignidad, o, más bien, la de su prójimo, es lo que viene ahora a ser desmantelado sin el menor recato o cuyo desmantelamiento empezó, según algunos, con las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, aquella extraña pareja, durante los ominosos años 80.

Aunque se venía hablando de la evolución biológica con cierta anterioridad, no fue hasta 1859 cuando Charles Darwin, en El origen de las especies, puso orden y coherencia en el asunto, aportó pruebas y, sobre todo, encontró un motor para todo aquello: la selección natural, es decir, sólo los más aptos en determinado ambiente sobreviven y son capaces de dejar descendencia. Así, al no reproducirse las características de los menos aptos, las especies van evolucionando cada vez más adaptadas a sus entornos, cada vez más evolucionadas. La naturaleza, desde este punto de vista, es una cruel lucha por la supervivencia (una idea que a Darwin le inspiró Malthus). Desde un punto político el darwinismo fue recibido de diferentes maneras. Por un lado, Karl Marx y Friedrich Engels vieron en la evolución un trasunto de su filosofía de la historia, encaminada hacia el comunismo, y, en la lucha por la supervivencia, un reflejo natural de la lucha de clases que preconizaban. Karl Marx llegó a enviarle un ejemplar firmado de El Capital a Darwin, pero se dice que el naturalista británico, un gentleman de ideas y procedencia conservadoras, ni siquiera llegó a hojearlo. A los ateos y librepensadores también les vino muy bien el darwinismo porque excluía a Dios del hecho biológico y negaba la creación tal y como la relata el Génesis bíblico: las especies no habían sido creadas en uno de los primeros seis días por Dios, si no que provenían todas de un antepasado común. El Arca de Noé no tenía sentido.

Harina de otro costal fue el llamado darwinismo social. Este venía a aplicar en toda su crudeza la naturaleza descrita por Darwin a la sociedad: la lucha por la supervivencia, la ley del más fuerte, o del mejor adaptado, que en la sociedad podía tener un correlato entre ricos y pobres. Herbert Spencer, que fue un filósofo muy mediático e influyente en su tiempo, opinaba que no tenía sentido dar ayudas sociales a los más necesitados, que eso devaluaba la raza, y hacía que la población aumentase de forma insostenible, haciendo posible, incluso, la extinción. Era sostener a los inútiles, los vagos, los maleantes, los haraganes, todo esto lo argumentaba con una coartada supuestamente científica. Era contrario a cualquier política o avance social, a cualquier cosa parecida a socialismo: desde las bibliotecas públicas hasta la caridad. Unas ideas bastante parecidas a las que podían tener Thatcher, Reagan y otros ultraliberales (¿Esperanza Aguirre?).

La verdad, el desmantelamiento del Estado de Bienestar podría verse como un retorno a la naturaleza: que la libre competencia entre los seres humanos se haga efectiva, que cada palo aguante su vela, y que quién no aguante: se muera. El darwinismo social redivivo. Sin embargo, el consejo editorial de este, su humilde blog, considera que ya que no nacemos en las mismas condiciones (unos en palacios y otros en chabolas) no es posbile la justa competencia, pero que, además, ya que el hombre ha desarrollado una conciencia y ha desarrollado un cultura, y es capaz de sentir empatía y ejercer la solidaridad y, en fin, es algo más que un animal movido por sus más bajos instintos (que es lo que parecen los gobernantes, los banqueros, los patronos y sus secuaces), deberíamos mantener las políticas sociales y no volver a la jungla de los salvajes, que parece ser donde más le gusta a estar (como lo que son) a nuestros próceres, sean estos cuales sean, en Madrid, en Bruselas o en oscuros despachos de qué se yo que entidades financieras. ¡Fieras!



(En la imagen Charles Darwin le dice schhhhhh! al ministro de Economía)

lunes, enero 09, 2012

Zeta


Entonces, ¿cuándo te marchas? El lunes. ¿Y qué día es hoy? Es sábado aún, me voy pasado mañana. Ella se deja caer en el sillón y mira cansada a través del ventanal. Todavía no ha amanecido, dice. Está anocheciendo aún, le digo, son las siete de la tarde. Uy, muy pronto anochece. Es invierno. Y entonces ¿cuándo te marchas?, repite. La recuerdo hace tan solo unos años, cuando era una mujer temible, severa y examinadora, ahora permanece ahí sentada como un pájaro pequeño tratando de diferenciar el alba del crepúsculo. Del sillón a la cama, de la cama a la cocina, de la cocina al sillón en días que no se diferencian unos de otros, en un día infinito que gira y gira mientras fuera amanece, la gente vive y, luego, anochece. Y entonces ¿cuándo te marchas? El lunes ¿Y qué día es hoy? Es sábado aún, me voy pasado mañana. La recuerdo conduciendo su Peugeot 205 blanco, subiendo el monte Naranco en días nublados, yo era aún un niño, desmenuzando un pollo asado con los dedos y dándome de comer. La recuerdo planchando trajes de danza en un camerino al fondo del Teatro Campoamor, riñendo a alguna niña y recuerdo la algarabía que se formaba con sus regalos generosos el día de Reyes. Nunca le gustaron las zetas, pero eso ya no importa, ahora me mira como quién trata de descifrar un acertijo: vive dentro de un poema japonés, sola en el instante más preciso, con un brócoli dentro del cerebro, al borde de un suspiro, luego se borra en bucle y resetea. Va perdiendo su corteza. La recuerdo muy entera el día que murió su marido, mordido por un cáncer salvaje que le doblego mientras veía la tele en el mismo sillón ajado en el que ahora ella se sienta: allí me enseñó dos dedos de la mano derecha y me enseñó lo que significa la palabra filosofía. La tele, una suerte de meditación transcendental, ver y no ver al mismo tiempo, pasar las tardes dentro y fuera del planeta. Entonces, ¿cuándo te marchas?, dice la niña. El lunes. ¿Y qué día es hoy? Es sábado aún, me voy pasado mañana, mientras ella se va yendo, sumergiendo en una densa y suave bruma.

viernes, enero 06, 2012

A mí me trajeron plutonio



Como la Cabalgata de los Reyes Magos de Oviedo pasa por delante de mi casa natal, Mamá Peligro y un servidor nos asomamos al balcón a presidir. El espectáculo fue sobrecogedor: por allí abajo pasaron los dignatarios de Rajastán, los embajadores de Macedonia, el visir de Asuán y demás coloridos prohombres del colorido Oriente. ¡Oh, qué exotismo, qué soplo de aire impregnado de extraños perfumes embriagó a la ciudad de provincias! ¡Qué extraordinario séquito recorrió medio mundo para pasar debajo de mi ventana! Había casi mayor densidad de excelencia y nobleza por metro cuadrado que en los premios Príncipe de Asturias, y ya es decir. También hubo un rebaño de ocas asustadas ante la histérica algarabía infantil (lo mejor, con diferencia, del desfile), un puñado de camellos, una banda de gaiteros y otros tipos de animales. Y cómo no, sus majestades los Reyes Magos; y después un camión de bomberos vintage y una ambulancia. Decepción: Baltasar, después de tantos años dándole vueltas y más vueltas a la globalización y el multiculturalismo, sigue siendo un paisano blanco con pinta de concejal pintado con betún. Qué escándalo.

Después, los Reyes Magos dieron un discurso televisado desde (¡ale hop!) Cibeles, Madrid. Por boca del sapientísimo Rey Melchor le dieron coba a Ayuntamiento y a la nueva alcaldesa, Ana Botella. Resulta que los Reyes Magos son de centroderecha o algo peor… pero ¿qué esperaban? ¿a conspiradores comunistas? Son reyes, joder, por muchos regalos que traigan. Por lo demás, las falsedades que se oyeron en ese discurso no sobrepasaron las que suelen decir los políticos en sus speechs. Que monten un partido.

Sorprende la capacidad de tragar de los más pequeños: como son nuevos en el mundo no advierten que los supuestos pajes venidos del lejano Oriente son macarras de barrio mal disfrazados, que, como se señaló, Baltasar no es negro, o el curioso don de la ubicuidad de los tres Magos, que desfilan al mismo tiempo por todas las ciudades de esta España nuestra, como en un extraño efecto mecanicocuántico de multilocalidad navideño. 

Hace un tiempo escribí en el periódico sobre un grupo de intervención artística llamado mmmm. Estos aguerridos activistas desplegaron en la Plaza de Callao hace unos años una pancarta que decía “Los Reyes son los Padres” justo el día de la Cabalgata, en toda la pomada. Al parecer no hay nada que despierte más ira en el prójimo, sobre todo si es padre, que una pancarta de este tipo. Si hubiese sido una concentración proetarra, un grupo neonazi o una protesta nudista seguro que hubieran durado más tiempo. Los mmmm con su pancarta apenas aguantaron un par de minutos arengados por las violentas multitudes navideñas que salían de las entrañas de El Corte Inglés, lideradas por señoras viejas. Hay cosas con las que no se juega.

Si me hubiesen preguntado hace unos años, les hubiera dicho que, en caso de tener hijos, les contaría desde el principio toda la verdad sobre los Reyes Magos y sobre el pérfido consumismo capitalista. Y también que los niños nacen porque papá se corre al fondo del coño de mamá, sin necesidad alguna de la hipótesis de la cigüeña parisina. Pero ahora no lo tengo tan claro: tal vez haga falta ese periodo de ilusión para crear la capacidad de imaginar utopías y, total, lo que se van a encontrar después es una mierda, así que disfruten.

Al final la vida es el proceso por el cual uno va perdiendo la inocencia y descreyendo de todo lo que creía antes. Los Reyes son los padres, mamá no va a vivir para siempre, la Revolución no llegará, las pastillas de la regla no colocan ni sumergidas en el kalimotxo, todo va a toda hostia y lo que es una vivienda digna resulta muy discutible.

A mí, por cierto, me trajeron plutonio.

miércoles, enero 04, 2012

Las cosas que se van a acabar este año


las abejas
la vergüenza
la democracia
los chinos
los periódicos
el Psoe
la cocaína
la sanidad
el iPod
la educación
la buena educación
la poesía
el subsidio de desempleo
el kuduro
la dignidad
los discos
la Tdt
los libros
las librerías
los satélites de telecomunicaciones
la juventud
el reinado del Barça
una Era
los hipsters
los festivales de cine
los festivales de música
los festivales eróticos
los festivales
y las bienales
los solteros
el planeta Tierra
el lince ibérico
el dinero
los horarios comerciales
las tiendas
el gobierno de Rajoy
las solteras
los Peta Zetas
el ozono atmosférico
las pensiones
la paciencia
el Estado de Bienestar
la reducción de Pedro Ximenez
la Humanidad
mi querido Público
El País
y El Mundo