lunes, mayo 14, 2012

Señores que bajan al bar



Montan guardia en cada esquina del bar. Uno acodado en la esquina de la barra, otro en la mesa de la entrada, encorvado y meditabundo, con un palillo entre los dientes, aquel jugando a la tragaperras, arrullado por las alegres melodías y las luces de colores, al fondo, en la penumbra, uno que habla bien poco. Los señores-que-bajan-al-bar miran, entre aburridos y aterrados, el férreo pasar del tiempo.

Yo, que ya voy amontonando años, también bajo al bar. Dicen que hay que hacer mucha barra para luego escribir, sentarse entre la gente y escuchar disimuladamente las cosas que dicen, hacer como si nada. Así que uno baja, y pide una cerveza y un periódico, pero el periódico es para disimular, para entretener la vista en algo mientras las orejas trabajan rastreando las historias más bizarras.

Los señores-que-bajan-al-bar no son tanto como amigos, pero tal vez son algo más que conocidos. “Drink buddies”, socios de beber, que dirían en inglés, aunque los señores-que-bajan-al-bar no son borrachos al uso. Se toman pequeños vasos de vino o botellines de un quinto, muy despacio, mientras observan a la gente que sí tiene cosas que hacer pasar al otro lado de las ventanas. Pocas veces se emborrachan, lo suyo es ir trabajándose el hígado poco a poco, con esmero y tenacidad.

La cosa se anima cuando hay partido de fútbol, aunque ahora los hay casi cada tarde. Añoro aquellos tiempos cuando el balompié se jugaba los domingos y resto de la semana nos dejaban pensar en paz, eran, sin duda tiempos más reflexivos. Pero ahora, con el fútbol a diario, todo se ha teñido de la excitación, del alboroto, de la inmediatez del deporte rey, y así va el mundo, como si todo se jugara a 90 minutos. El mundo está en tiempo de penalties. Y nos los están metiendo todos.

Con el partido, los señores-que-bajan-al-bar, y que habitualmente visten de marrón y tonos pardos, incrementan su nivel de conversación. A veces, si el partido es importante, el bar se llena de señores-que-bajan-al-bar y hablan a gritos con los camareros. Hay uno que es culé  al que tienen amargado. Los señores-que-bajan-al-bar son, por lo general, además de grandes conversadores, son grandes conservadores. Así que, cuando no hay fútbol, ponen los toros, y el bar se llena de sangre.

Intento imaginarme qué es lo que hace que los señores-que-bajan-al-bar bajen al bar a asesinar las horas de la tarde, cuál es el motivo. Tal vez traten de olvidar a una mujer, a una mujer muerta, o huida, o a una mujer que les espera en casa, con rulos y en bata, para hacerles la vida imposible a modo de espejo de lo que ellos son, mostrando en qué triste parodia se ha convertido la vida. Tal vez traten de llenar de algo el desempleo rampante, de buscar un sentido a la existencia en el fondo del botellín o al fondo de las redes de las porterías del Estadio Santiago Bernabéu. Estos luego volverán a una buhardilla cochambrosa a pocas manzanas, cuando ya haya pasado el telediario y el edificio ya esté en silencio, y se tumbaran en una cama desecha de noventa a devorar el techo y preguntarse dónde irán mañana, y, sobre todo, para qué.

Yo estoy ahí por las tardes, bebiendo cerveza y haciendo que leo el periódico. Yo también seré un señor-que-baja-al-bar en un futuro no muy lejano (no hay ningún futuro lejano), pero por el momento, como no me reconocen como uno de ellos, me miran con cierto recelo y no me dirigen la palabra.

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